Sunday, June 14, 2009

La justa medida

El 14 de junio de 1982, hace hoy 27 años, el general Mario Benjamín Menéndez, gobernador argentino de las Islas Malvinas durante el desdichado conflicto anglo-argentino de dicho año, firmó la capitulación argentina ante su homólogo británico Jeremy Moore, tras 74 días de infructuosa lucha. La causa Malvinas se revestía así de ignominia, al menos a simple vista.
¿Es realmente así?
Yo digo que no, y aclaro que no apruebo la guerra de 1982. Pero tampoco apruebo la visión estigmatizante de la cuestión malvínica, aparentemente derivable de dicho conflicto militar.
La guerra de 1982 fue un error, de acuerdo. Pero la causa Malvinas no empezó con esa guerra. Empezó en 1833, con la ocupación británica del archipiélago, aunque la cuestión recién empezase a ir in crescendo bastante tiempo después, sin que ello nos impidiera hacer pingües negocios con los ocupantes. En la década de 1930, Alfredo Palacios y los historiadores revisionistas instaron a convertir la cuestión malvínica en causa nacional y a repudiar el pacto Roca-Runciman. Pero una cosa son los discursos y otra los negocios. Y, por esos años, parecían pesar más los negocios. Durante la Segunda Guerra Mundial, el gobierno británico se opuso a la iniciativa estadounidense de sancionar económicamente a una Argentina empecinada en la neutralidad y renuente a declarar hostilidades contra el Eje. Argentina exportaba mucha carne a Gran Bretaña, cuyos soldados la necesitaban para combatir eficazmente a las tropas alemanas y japonesas. Algo de cierto debía haber en eso, porque los Aliados derrotaron al Eje en 1945.
En la década de 1960, la causa Malvinas empezó a calentarse. En 1964, un piloto argentino desocupado apellidado Fitzgerald aterrizó en las islas sin autorización británica, emplazando una bandera argentina en el áspero suelo malvinense. El canciller Miguel Ángel Zavala Ortiz presentó un reclamo territorial ante las Naciones Unidas, hecho celebrado por el presidente Arturo Illia en sus discursos parlamentarios. En 1966, ya instaurado el Onganiato, un grupo nacionalista, apodado los "Cóndores", secuestró un avión comercial, obligándolo a aterrizar en el archipiélago. Al régimen de Onganía, amante del orden, no le gustó mucho la travesura. Hizo retornar a los intrépidos a la Argentina continental y los mandó en cana. Irónicamente, Onganía y Galtieri tendrían el mismo canciller: Nicanor Costa Méndez.
Pero no pretendo ahondar en detalles históricos. Simplemente deseo señalar un par de cositas.
Los argentinos no debemos hacer un mundo de la cuestión malvinense, ni ligarla en clave estigmatizante con la guerra de 1982. No aborrezco a los ingleses. He estudiado su idioma y literatura. He estado en su país. Celebré la reapertura de embajadas. Pero celebré también la inauguración al monumento a las víctimas fatales del conflicto en Plaza San Martín, a metros de la Torre de los Ingleses, recordatorio emblemático de nuestras ambivalentes relaciones con el Reino Unido. No olvido cuánto de bueno he absorbido de la cultura británica. Pero tampoco olvido que los ingleses ocupan ilegítimamente, hace casi 180 años, una porción de mi territorio nacional. Una cosa no quita la otra. El ideario del Bicentenario no debe olvidar que la República Argentina se acerca a su segundo centenario sin una presencia argentina efectiva en las gélidas islas australes, donde debería estar flameando nuestra enseña celeste y blanca y no la estridente Union Jack.

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