Tuesday, June 16, 2009

Fratricidio

El 16 de junio de 1955, hace hoy 54 años, un atroz bombardeo aéreo, perpetrado por elementos militares antiperonistas, devastó el centro porteño, con el estéril propósito de eliminar físicamente al presidente Juan Domingo Perón, cuyos méritos gubernativos se veían lamentablemente empalidecidos por una nota de evitable megalomanía. Fue el principio del fin para un gobernante evitablemente autoboicoteado por un evitable conflicto con la Iglesia Católica, la cual sufriría, al oscurecer el infausto día, el vengativo incendio intencional, perpetrado por fanáticos peronistas, de importantes baluartes eclesiásticos de la capital argentina. Todo fue en vano. Jaqueado por la prematura defunción de su brazo derecho y segunda consorte, Perón, tras una tímida señal de apertura política, una falsa dimisión y un incendiario discurso público, debió, como el Rosas de hacía poco más de un siglo, emprender el amargo camino del destierro, del cual regresaría para lucir su uniforme militar y banda presidencial a guisa de mortaja, con su tercera cónyuge y harto inepta sucesora de pie junto al féretro exhibido en la capilla ardiente del Congreso Nacional.
El bombardeo de Plaza de Mayo anticipó la magnitud atroz cobrada, desde 1955, por esa denegación recíproca de legitimidad postulada, durante el gobierno peronista de Carlos Menem, cuyo discurso conciliador no debe rechazarse totalmente, por el muy antiperonista, eximio historiador y pésimo literato Tulio Halperín Donghi. Pido excusas por mi maniática apelación al concepto halperiniano, pero no conozco otra figura conceptual más atinada. La Argentina se acerca a su Bicentenario sin haber podido superar plenamente esa irritante costumbre de sus hijos, aunque la haya depurado felizmente, desde 1983, de los terroríficos matices sanguinolentos insinuados en 1955 y catastróficamente exacerbados por los golpistas de 1976 en diversos órdenes de la vida nacional. Unitarios y federales, radicales y conservadores, peronistas y antiperonistas, militares y civiles, azules y colorados, han impreso su sello intolerante en las páginas de nuestra historia. Intolerancia también manifestada, según los esposos-pedagogos Obiols, en el plano deportivo, como lo prueban las ancestrales rivalidades entre las hinchadas futbolísticas de River Plate y Boca Juniors y automovilísticas de las escuderías Ford y Chevrolet. Quien suscribe, a la sazón de 13 cándidos abriles, residía en las inmediaciones de la Bombonera cuando una bengala, arrojada por un fanatizado asistente al evento, desgarró la carótida y segó la vida de un joven espectador, cuyo nombre he olvidado, inocentemente apostado, en una noche de 1983, en el estadio xeneize, con la saludable intención de presenciar serenamente una nueva actuación de mi equipo de fútbol preferido.
¿Justifica la pasión el fratricidio entre compatriotas? Huelga negarlo con todas las sílabas. En este nuevo aniversario del bombardeo de Plaza de Mayo, en el marco de una crisis económica internacional eficazmente capeada por el actual gobierno argentino, presidido por una correligionaria del Perón que no supo evitar su derrocamiento, en este año de pre-Bicentenario, no es ocioso incluir la cuestión en el temario de los debates actualmente encarados con vistas al nuevo centenario de nuestra Patria, en aras de un país mejor.

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