Saturday, July 18, 2009

Todos somos AMIA

Recuerdo esa mañana del 18 de julio de 1994. Tenía 24 años. Trabajaba en una mutual. Mi empleador tenía sus oficinas en Lavalle al 1600. O sea, cerca de otra mutual: la AMIA.
Mi dador de empleo me había enviado a una fotocopiadora situada a dos cuadras de mi lugar de trabajo. Al cruzar Lavalle, escuché, a lo lejos, una explosión. Al regresar de la fotocopiadora, mi empleador me mandó a distribuir material de su mutual en distintos puntos geográficos de la ciudad. La hora del almuerzo me sorprendió en un local gastronómico de las inmediaciones del Hospital Rivadavia, cuyo televisor captaba las espeluznantes imágenes televisadas desde el lugar de la tragedia. Al día siguiente, mi empleador me hizo llevar una nota de repudio a una oficina habilitada a tales efectos por la AMIA. Era de no creer.
Corría julio de 1994. Sólo faltaban cinco meses para que el gobierno mexicano, al devaluar su moneda, iniciase el primero de una seguidilla de efectos económicos globales (efectos tequila, arroz, vodka, caipirinha y tango, sumados a la devaluación turca), destinados a impactar duramente sobre la vida socioeconómica y equilibrio psicomoral de muchos pueblos, entre ellos el argentino. En pocos años, el pueblo argentino, mediante su dramático pronunciamiento de diciembre de 2001, ingresaría en el siglo XXI y tercer milenio, dejando atrás un penosísimo periodo, iniciado en 1930 y caracterizado, entre otras cosas, por la apelación despiadada a las fórmulas golpista y neoliberal.
En la angustiosa década de 1990, los atentados contra la embajada israelí y la AMIA simbolizaron esos flagelos desde el seno de la populosa comunidad judeo-argentina. Hoy, 18 de julio de 2009, la colectividad israelita de nuestra patria conmemora el 15º aniversario del ataque contra su ente mutual, en una Argentina amenazada de recesión y acechada por la influenza porcina. En la Alemania hitleriana, bastaba con no ser judío o antinazi para no ser enviado a campos de concentración, aunque no para no ser enviado al campo de batalla. En la Argentina de 1995-2002, cualquier individuo en situación de producir podía perder indefinidamente su fuente de trabajo, independientemente de su edad, credo religioso o convicciones políticas. En la Argentina de 2009, cualquier individuo puede contraer la gripe A, sin importar su edad, status socioeconómico, filiación confesional o tendencia política.
La actual sede de la AMIA se encuentra rodeada de pequeños árboles, plantados en memoria de las 85 víctimas fatales del atentado de 1994. La AMIA funciona en el barrio porteño de Once, nuevamente enlutado, en diciembre de 2004, por una nueva tragedia, la de Cromañón, que segó la vida de 194 personas. Los arbolitos de la AMIA y las zapatillas de Cromañón simbolizan en el mismo barrio la tragedia humana. Judíos y jóvenes poseen un historial común de persecución y marginación. Lo ostenta todo habitante de la Argentina. En la Argentina todos somos AMIA.

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