Sunday, November 30, 2008

Monos recolectores

Anteayer, viernes 30 de noviembre de 2008, los consumistas estadounidenses se abalanzaron sobre las tiendas comerciales con la intención de arrasar con los stocks de mercaderías comercializados a bajísimo precio con motivo del Viernes Negro (el primer día posterior al Día de Acción de Gracias). De esa manera, se aseguraban los regalos navideños a precios ventajosos, detalle a su modo esencial en medio del sombrío panorama socioeconómico actualmente imperante en el Gran País del Norte y su correlato internacional.
El Viernes Negro del complejo año en curso fue verdaderamente negro. Un empleado de
supermercado murió aplastado por una turba enceguecidamente decidida a arremeter contra los tentadores productos en exhibición. Una mujer embarazada corrió el riesgo de abortar al ser atropellada por un mar de zombies sin otro propósito vital aparente que el de reventar sus tarjetas de crédito. Lujo que los estadounidenses, actualmente inmersos en una de las peores crisis socioeconómicas y económico-financieras de su historia, ya no pueden darse tan seguido.
Sinceramente cuesta creer que se llegue a tales extremos para conseguir a bajo costo un televisor o un horno de microondas. Que la austeridad propia de los tiempos de vacas flacas parezca haberse tornado inviable en unos Estados Unidos de lectores bíblicos y regidos por esa severa ética laboral protestante magistralmente ligada al espíritu capitalista por Max Weber en su célebre ensayo de 1904-1905. Que en un país semejante se pretenda dejar en un supermercado, en dos horas, el dinero penosamente ahorrado para los tiempos de seca. Que en un país semejante nadie perciba la importancia revestida en los tiempos difíciles por el pensamiento procastrinal (del latín procastrinare, postergar la gratificación).
Años atrás, estudié durante un tiempo en la austera Universidad del Salvador. En el curso introductorio, un profesor de filosofía, cuyo nombre he olvidado, disertó maravillosamente sobre las posturas éticas vigentes en Occidente desde la Antigüedad clásica. A modo de cierre, remitiéndose a la crisis de valores agravada durante esos años finales del siglo XX, el docente sostuvo que, en tales circunstancias, no resultaba descabellado preconizar el ascetismo. Pero ese consejo saludable sonaba a prédica de desierto en la Argentina menemista, donde la única superación posible de la traumática hiperinflación de 1989-1991 parecía ser un consumismo desenfrenado.
La durísima situación socioeconómica de 1995-2002 obligó a los argentinos a ser más cautos. El mejoramiento de los indicadores socioeconómicos de 2003-2008 revirtió esa situación en términos no siempre positivos. Reapareció el consumismo y los verdaderos valores cotizaron nuevamente en baja. Volvieron los monos recolectores postulados por Héctor Jouvé. Estos últimos parecieron desplazar a la lógica del cazador postulado por Denis Merklen. Mientras el segundo había intentado sobrevivir con dignidad en medio de un retroceso socioeconómico sin precedentes, el primero promovía una insensata restauración consumista.
Si revisamos a grandes rasgos la evolución humana desde la aparición de nuestra especie, materializada hace unos tres millones de años, constataremos que una enorme proporción de la misma ha discurrido bajo el principio de la no-producción. El cazador-recolector paleolítico no producía. Consumía lo que encontraba. Como los dinosaurios, la principal manifestación de vida prehumana, extinguidos 62 millones de años antes del advenimiento de la Humanidad. Los cambios climáticos del paleolítico tardío se tradujeron, hacia el año 9000 a.C., en la extinción de los grandes mamíferos que nutriesen a la Humanidad durante cerca de 2.99 millones de años. Ello obligó al ser humano a producir para subsistir. Así surgieron la agroganadería y la sedentarización.
La no-producción se convirtió en privilegio de las élites. En la Grecia de Demóstenes, cinco siglos después del pensamiento antitético de Hesíodo sobre el particular, se consideraba al trabajo productivo como algo propio de esclavos. Durante el Medioevo, la ética paleocristiana, especialmente la benedictina, coexistió reñidamente con el hedonismo preprotestante. En la China imperial, los mandarines lucían largas uñas para demostrar que no realizaban trabajo productivo alguno. Ese pensamiento aristocratizante fue literalmente arrasado por la propaganda comunista y la implacable ética laboral del capitalismo post-maoísta, actualmente vigente en toda su plenitud. Los comunistas chinos arrasaron con la teocracia tibetana para recordar a los súbditos lamaístas que los nuevos tiempos exigían agricultores y mineros, no estudiosos de textos sagrados.
La dura ética laboral impuesta al primer proletariado industrial europeo impulsó a Karl Marx y Friedrich Engels a describir la historia humana como la historia de la lucha de clases. Los gobiernos supuestamente inspirados en tales principios no hicieron sino proseguir a su modo la expoliación de los sectores sociales más vulnerables. El proletario estalinista no fue menos expoliado que el siervo campesino de la Rusia zarista o la mano de obra fabril rusa de principios del siglo XX. Los asalariados de los adineradísimos magnates capitalistas rusos post-perestroika no han sido mejor tratados por sus empleadores que por esa burocracia de corte estalinista solapadamente denunciada, en plena era Brezhnev, en la novela Adiós, Gulsarí, del escritor kirguiz Chinguiz Aitmátov, relato de las peripecias de Tanabái Bakásov, pastor del Asia central soviética castigado por cuestionar el discurso existencial de sus presuntos protectores.
El mono recolector del Viernes Negro no es más libre y feliz que el operario fabril británico de la Revolución Industrial. Libertad y felicidad no son sinónimo de consumo. El propietario de un automóvil de lujo no es más libre y feliz que el usuario del transporte público. La libertad y felicidad no pasan por comprarse tres televisores. Pasan por cosas más ligadas a la verdadera esencia del ser humano. Los seres humanos no somos monos recolectores. Estamos hechos para cosas más nobles. Este nuevo conato de crisis constituye una ocasión propicia para replantearnos nuestra actitud ante el mundo. La Argentina no es ajena a esa situación.

Saturday, November 29, 2008

¿Feliz Año Nuevo?

¡700 mil millones de dólares de salvataje financiero en los EE.UU.! ¡480 mil millones de euros de salvataje financiero en Alemania! ¡50 mil millones de libras esterlinas de salvataje financiero en Gran Bretaña! ¡600 mil millones de dólares de estímulo económico en China! Esas cifras empequeñecen a ojos vistas los 360 mil millones de dólares de deuda externa imputados a Latinoamérica allá por 1985. La Argentina no podía ser menos. Días atrás nuestra benemérita Presidenta anunció un plan anti-crisis de obras públicas de 71 mil millones de pesos. Agarre la calculadora, aunque sea la del celu. A 3.35 pesos el dólar, la tarifa dolarizada de esa inversión sería de 21.194 palos verdes. Mucha tela, ¿no? ¿Con qué la van a cortar? ¿Con la milenaria tijera de mi abuela, que hace diez años que no corta ni la manteca en verano, como decía mi abuelito, que en paz descanse? Espero que no la corten con la máquina de cortar boludos del finado Tato Bores, alguna vez apuntado por mi padrino Ernesto Pena, a quien Dios tenga también en Su Santa Gloria.
Este fin de año pinta complicado. Recuerdo cómo, siendo un mocoso de diecinueve abriles, recibí 1990 en un simpático hotelito de las serranías cordobesas, cerca de Alta Gracia. Ya no sonaban por la zona los acordes del piano de Manuel de Falla, otrora vecino ilustre de la región. Eran más bien tiempos para mandarse un atracón con las granadas de los jardines del cercano palacio del virrey Sobremonte y vomitar el residuo en los enormes retretes de la residencia del polémico representante del rey Carlos IV de España, ese tonto de capirote piantado por el genio interino de Napoleón I, junto con el repugnante Fernando VII. A Sobremonte lo había piantado Beresford, a quien el pícaro marqués intentó embromar la vida huyendo a Alta Gracia con los caudales virreinales. Beresford se rindió ante Liniers porque no tenía dinero ni para arrebatar al Héroe de la Reconquista los amores de la Perichona, mediante el ofrecimiento de un suculento five o'clock tea con scones. ¿A santo de qué tanto divague? Retomo el Hilo de Ariadna, antes de que me lo arrebate el Minotauro y termine con mis tripas dentro del estómago del monstruo vencido por Teseo en el Dédalo. En la noche del lejanísimo 31 de diciembre de 1989, quien suscribe celebraba con los suyos el final de un año complicado, con los sesos de Ceaucescu volatilizados por sus sumarios ejecutores, con el general Manuel Noriega obligado por Bush I a recibir el 90 encanado en los USA, con don Raúl dejándole la Casa Rosada al Turco antes de que los saqueadores de los supermercados rosarinos entraran en el Salón de los Bustos y se llevasen las efigies de sus predecesores para vender el mármol. Qué tiempos aquellos. En febrero del 89, el dólar, cuya apoteosis denunciara el maestro Dalí en un cuadro grande como los frescos de la Capilla Sixtina, exhibido en el 86 en el Museo de Arte Decorativo, cotizaba a 13.30 australes. Agarre lápiz y papel: son 133 milésimos del peso de Cavallo, reducidos en un 200% en su versión dolarizada post-neoliberal. Seis meses después, cotizaba a 650 australes. En septiembre del 90, a 5480. En febrero del 91, saltó, de la noche a la mañana, de 6000 a 10.000 australes, hasta que el Turco lo puso al Mingo a enderezar el entuerto privatizando hasta las alcantarillas y obligando a los cartoneros alimentados por el comedor de Margarita Barrientos a convivir con los barrios privados alimentados con queso suizo y jamón español comprados en el hiper de Carrefour. ¿Quién estaba para festejos? ¿Omar Fassi Lavalle en su casita de las Torres Le Parc de Palermo, brindando con un Dom Perignon de la mejor cosecha?
Tras los cinco felices Años Nuevos de la fiesta K, la inminente Nochevieja del año en curso amenaza con parecerse más a las no tan Felices Pascuas de 1987. Si en economías más poderosas que la nuestra, la gente ya ha agarrado lápiz y papel, con más razón debemos hacerlo en estos lares, sacudidos del Rodrigazo en adelante por los planes económicos más exóticos que puedan imaginarse. Se acabaron la pavita de Los dos chinos, el pan dulce de Babieca y el Chandon extra brut de Luján de Cuyo. A mal tiempo, buena cara. Este fin de año, pollito eviscerado, pan dulce y sidra de supermercado chino. Y la muchachada, nada de andar corriendo picadas de Nochevieja por la Panamericana, porque las parcelas en los cementerios privados están carísimas y en Chacarita ya no queda espacio ni para enterrar a un chiquilín de dos años. Saludan a la family como Dios manda al tañir las rituales campanadas y, si quieren ir a reventar la noche, a treparse al bondi, ese noble invento argentino. ¿O quieren que papá empiece el 2009 infartado? Ya bastante amago de infarto parece depararnos el futuro próximo.

Tuesday, November 25, 2008

Sabiduría popular

Fue un caluroso domingo de fines de noviembre de 1984. Para ser más precisos, el día 25 de dicho mes. Hace hoy 24 años. Quien suscribe era un cándido adolescente de catorce abriles. Hacía poco menos de un año que la Argentina había recuperado su democracia, habiendo soportado sucesivos regímenes de facto, entre ellos la más atroz dictadura de toda nuestra historia. Entre los terribles daños infligidos por esta última a la vida nacional, figuraba la promoción, felizmente infructuosa, de un absurdo conflicto armado entre dos naciones, Argentina y Chile, hermanadas por una geografía y cultura comunes. Conflicto afortunadamente evitado por la intervención del Papa Juan Pablo II, loada sea por ello su memoria.
El 10 de diciembre de 1983, el doctor Raúl Alfonsín asumía la presidencia de la República en circunstancias dramáticas. La política socioeconómica del gobierno precedente había producido daños enormes a escala nacional. Sobre los ex jerarcas procesistas pesaban gravísimas acusaciones de violaciones de derechos humanos. La vida cultural se había visto tronchada por la feroz censura del régimen en retirada.
Chile, a la sazón sojuzgada por la abominable dictadura pinochetista, ostentaba, aunque a menor escala, un panorama similar. Un gobierno democrático no podía, a simple vista, pactar con un régimen de esas características. Pero aún faltaban seis años para la materialización de la restauración democrática chilena. El diferendo límitrofe argentino-chileno, geográficamente situado en la región del Beagle, ya era más que centenario. Al iniciarse el siglo XX, Argentina y Chile habían estado al borde de un conflicto armado en la zona en litigio, felizmente evitado por el arbitraje de la Corona británica. Nuestro gobierno no aceptó el laudo de Su Graciosa Majestad, postura probablemente atribuible a la ocupación británica del archipiélago malvínico, descabelladamente rechazada por las armas en 1982. Casi un siglo después, la historia amagó con repetirse. Afortunadamente, primó la cordura.
En 1984, la incompatibilidad de caracteres entre los gobiernos argentino y chileno parecía desaconsejar la celebración de un acuerdo limítrofe. El régimen del general Augusto Pinochet había causado daños en la vida socioeconómica chilena análogos a los infligidos entre nosotros por la dictadura procesista. Al presidente Alfonsín podía acusársele de jugar ajedrez en dos tableros. A simple vista, nuestro gobierno no tenía autoridad para pactar con una dictadura acusada de violaciones de derechos humanos análogas a las imputadas a los ex jerarcas procesistas sometidos por dicho motivo a los juicios civiles dispuestos en su contra por su sucesor constitucional.
Esas cuestiones fueron dejadas de lado en aras de la paz entre ambas naciones. El 25 de noviembre de 1984, el electorado argentino se pronunció mayoritariamente, en un reférendum ad-hoc, a favor de la resolución pacífica del diferendo, demostrando una evolución notablemente rápida en términos de mentalidad. Hacía menos de tres años había apoyado con ingenuo fervor la disparatada e hipócrita aventura malvinense de un régimen indefendible. Ahora apoyaba la decisión de un gobierno legítimo de alejarse de un añoso y absurdo discurso beligerante.
En 1988, el electorado chileno se pronunció mayoritariamente contra la indefinida prolongación de la peor dictadura de su historia. Dos años después, asumía el primer presidente constitucional chileno juramentado en casi dos décadas. La restauración democrática chilena, la solución pacífica del diferendo de los hielos continentales, la saludable continuidad institucional en ambas naciones y la superación de un erróneo paradigma socioeconómico han rematado dignamente la labor pacificadora iniciada hace casi un cuarto de siglo, en lo referente a las relaciones bilaterales entre ambos países, por el electorado argentino y su primer gobierno constitucional post-Proceso. Todo ello impide tildar de ociosa la evocación de esa notable expresión de sabiduría popular vertida en las urnas, por el electorado argentino, en el reférendum límitrofe del 25 de noviembre de 1984, día memorable de nuestra traumática historia reciente.

Sunday, November 23, 2008

Mundo loco (3)

Va yéndosenos despacito este alocado 2008. Estoy cansado, así que para descansar el carburador me voy a dejar de joder con las boludeces seriotas con las que inundo a diario este blog. Voy a escribir boludeces como la gente.
Al 2008 se le están agotando las baterías y su recargador pronto dejará de responder. Mierda, se nos viene encima el penúltimo fin de año de la primer década del siglo XXI y tercer milenio. Cómo se va la vida. Parece que fue ayer que recibí el 2000en casa de mi hermana. Hacía un calor que derretía las piedras. El Turco acababa de calzarle la banda al Chupete. Don Fernando debía ser aburrido, nomás. El mundo tiraba la casa por la ventana y acá, bien, gracias, algún rompeportón y a otra cosa. Con un 18% de desocupados, un 60% de pobres e indigentes, con 100 mil palos verdes de deuda externa, ¿quién estaba para festejos? Aún faltaba mucho para que viniesen Néstor y Cristina a enderezar tamaño entuerto, que De la Rúa dejaría mucho peor. ¿Recuerdan la Navidad de 2001? En vez de sidra y pan dulce, cartoneros y el país cambiando de presi como de camisa. Pero, ¿a santo de qué seguir amargándonos? Prometí boludeces como la gente. Gracias al Cabezón y a los pingüinos la cosa se ha ido encaminando. La cagada es que celebraremos la Navidad del 2008 con el monstruo de los efectos acechándonos nuevamente. ¿Se acuerdan de los efectos tequila, vodka, arroz, caipirinha y tango? Bailarse un tangazo con tanto chupi encima no fue tarea fácil. Pero el esfuerzo valió la pena. ¿Qué efecto se viene ahora, de la mano del Tío del Norte? ¿El efecto hot-dog vaticinado por Marcelo Zlotogwiazda hace nueve meses? ¿El efecto jazz postulado por la Presi ante la ONU? No es mal menú: superpanchos con arrocito al vapor y, para bajarlos, un tap digno del difunto Fred Astaire. Qué desastre el elenco saliente de la Casa Blanca, con Jorge II a la cabeza. Espero que con el Morocho del Abasto (versión yanco-keniata) la cosa ande mejor. Un mulato en el Salón Oval. El fundador del Ku-Klux-Klan debe estar removiéndose en su tumba. Hace sesenta años, un yanqui de color debía bajar de dorapa en el bondi y después mear y morfar sandwiches al pie de la ruta, como el chofer de Miss Daisy. A los restaurantes no entraba ni con recomendación de Dios. Se acabaron esos tiempos de mierda. Ahora no hace falta ser rubio de ojos azules para ser presi de USA. Miren cómo nos ha ido con el felizmente saliente primer mandatario del Gran País del Norte, más blanco que la leche y más dolobu que el agua de los fideos. Que los blanquitos limpien los inodoros de la Casa Blanca, mientras los no tan blanquitos deciden cómo poner punto final al circo iraquí y al bolonqui socioeconómico generados por su benemérito antecesor texano. Que Jorgito se vaya a hachar árboles en su ranchito texano, como hacía antes de entrar a la Casa Blanca por la ventana, tras su carnaval electoral de Florida, mientras don Barack ve cómo evitar su hachado en el resto de la infinita geografía yanqui o resistirse a las visitas de una segunda Mónica Lewinsky.
En fin, esperemos que, en estos arrabales del mundo, la sangre no llegue al río. Ya llegó de la mano del Orejudo, del Turco y del Chupete y casi nos ahogamos bailando sobre la cubierta del Titanic. Esperemos que esta vez sepamos esquivar el iceberg. Eso sí, ya que no nos hunde, que por lo menos nos permita enfriar el chupi para brindar por la penúltima Navidad pre-Bicentenario. ¿El Bicentenario de qué? De la Patria, nena. ¿De la Patria de quién?, se preguntó don Ernesto Sábato en las páginas de Sobre héroes y tumbas, publicada 47 años antes de que le desvalijaran su casa de Santos Lugares. ¿Por qué no decir de la Patria de todos? Suena lindo, ¿no?

Thursday, November 20, 2008

La Divina Providencia de la Argentina

Aún no soy viejo, tengo 38 años, pero por mis manos han pasado más monedas que por las de mi abuelo, que vivió 51 de sus 85 años sin tocar otra divisa autóctona que el peso "moneda nacional". He tocado pesos ley, pesos argentinos, australes, los pesos convertibles del 1 a 1, los pesos convertibles del 3 a 1, dólares a valores varios, euros, patacones, Lecops, Ticket Restaurant, cheques posdatados... Por suerte no me agarró el Club del Trueque de 2002. Ni, que yo sepa el Club de París, del cual dice querer librarnos nuestra benemérita Presidenta.
En 1886, el general Julio Argentino Roca transfirió la presidencia de la Nación a su petulante concuñado Miguel Ángel Juárez Celman, cabeza de un gobierno destinado a encallar en el plano socioeconómico y político-institucional, como De la Rúa en 2001, sólo que, en 1890, Juárez Celman no renunció a la presidencia con una deuda externa de 144 mil millones de dólares, un 24% de desocupados y un 60% de pobres e indigentes.
En 1887, se veía venir el abrupto final de la caótica prosperidad del "Unicato", como la Historia denominaría al periodo juarizta. Roca, a la sazón en Europa, se carteaba con el vicepresidente Carlos Pellegrini, quien, en una de sus epístolas, describió a la Argentina de la época como un tren desplazado a 60 millas horarias (velocidad supersónica para la época) y que no era de extrañar que en algún momento se produjera un descarrilamiento (finalmente producido en 1890). Sin embargo, el Gringo (sobrenombre de Pellegrini) parecía optimista, pues rubricó ese fragmento telepostal con una máxima destinada a la inmortalidad: "Dios es argentino".
Dios no tiene nacionalidad, obviamente. Pero, si pensamos en todas las calamidades vencidas por los argentinos, es evidente que el Señor pensó en nosotros. "Hay que aceptar a la República Argentina tal como Dios y los hombres la han hecho, hasta que los hombres, con la ayuda de Dios, la vayan transformando" (Bartolomé Mitre).

Sunday, November 16, 2008

“Sin medios y sin Estado”

Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires
Ministerio de Educación
Escuela de Capacitación Docente
Centro de Pedagogías de Anticipación (CEPA)
Sede Liniers
Curso Docente 2º Cuatrimestre 2008 “Violencias mediáticas. Medios de comunicación masiva y construcción de subjetividad”
Docente: Prof.Pablo Erramouspe

“Sin medios y sin Estado”
Trabajo Práctico Final del Curso


En 1892, Ernesto De la Cárcova plasmó sobre el lienzo un clásico de la plástica nativa: Sin pan y sin trabajo, cruda denuncia del régimen de expoliación impuesta a nuestro incipiente proletariado industrial, fruto de la Gran Inmigración, que veintisiete años después expondría su lógica indignación en la Semana Trágica.
Entre la caída de Juan Manuel de Rosas y el derrocamiento del presidente Hipólito Yrigoyen , nuestra dirigencia política tradicional había sabido convertir a un inmenso desierto en “uno de los Estados más progresistas del mundo” . Esa rutilante imagen de nación halló su paradójica contracara en la versión argentina de las “instituciones de encierro” postuladas por Michel Foucault y Gilles Deleuze .
El vasto perímetro del Parque Las Heras albergó durante largas décadas un cabal ejemplo vernáculo de dichas instituciones: la Penitenciaría Nacional, inaugurada en 1877 y demolida en 1961 .
Ocho años después de la erradicación del citado penal, Adolfo Bioy Casares publicó su novela Diario de la guerra del cerdo , relato de un imaginario gerontocidio, extendido durante una agobiante semana y perpetrado por elementos juveniles en las inmediaciones del Parque Las Heras.
Durante esos candentes días, el jubilado Isidro Vidal, principal protagonista del relato de Bioy, y sus cogeneracionales, uno de los cuales figurará entre las víctimas fatales del enfrentamiento intergeneracional, pergeñarán con suerte variopinta distintas estrategias de supervivencia. Vidal y sus amistades soportarán con cambiante estoicismo las vicisitudes de un conflicto suscitado en un contexto barrial desprovisto del foucaultiano régimen de “buen encauzamiento” otrora encarnado en el personal de la Penitenciaría, cuya existencia evoca Vidal, con elíptica nostalgia, en un tramo del relato . La patética frase “Nosotros no podemos hacer nada, pero la policía, ¿para qué está?” , pronunciada por Vidal ante el occiso de un añoso diariero, masacrado en la vía pública por jóvenes gerontófobos , parece denunciar la drástica reducción de la presencia estatal provocada cerca del lugar del macabro hecho al demolerse el célebre penal, que alguna vez albergó figuras como Severino Di Giovanni y su subordinado Paulino Scarfó , Simón Radowitzky , el Petiso Orejudo , los generales Benjamín Menéndez y Juan José Valle y el futuro presidente Héctor Cámpora.
Presencia estatal que los “vidalistas” sólo parecen aceptar en su versión represiva (apreciación perfectamente plausible en la Argentina golpista de la época). De allí su solapado desdén hacia un gobierno que parece “haber tomado cartas” ante el despiadado enfrentamiento intergeneracional. Hacia un gobierno que incurre, según los “vidalistas”, en un acto descarado al pretenderse capaz de asegurar el orden con el mero emplazamiento de vehículos policiales en las calles porteñas . Hacia un gobierno que, corporizado en la figura de un médico de hospital público, parece estar dispuesto a socorrer bienintencionadamente al “vidalista” Lucio Arévalo, agredido en la vía pública por elementos gerontófobo-juveniles. Gobierno del cual los “vidalistas” sólo parecen esperar una cierta regularidad en el pago de sus haberes previsionales. El apenas disimulado “antiestatalismo” del entorno “vidalista” impele a este último a descartar la posibilidad de radicar una denuncia policial contra el presunto secuestro de un “vidalista”, denotando una desconfianza hacia el elemento policial de dolorosa actualidad.
En el Diario, la presencia estatal apenas se ve eclipsada por la presencia mediática. Esta última se ve reducida a escuetas informaciones publicadas en diarios, a la radio paterna jamás llevada a reparar por el hijo de Vidal (gerontófobo sindicado como traidor por sus ejecutores, que siempre extravía el diario destinado a su padre), a la esporádica presencia o mención de algún televisor, a la alusión a unos decrépitos teléfonos públicos y domésticos seguramente instalados por la telefónica estatal Empresa Nacional de Telecomunicaciones (ENTEL).
Esa debilidad de la presencia mediática no resulta extraña si consideramos que, al publicarse la primera edición del Diario, aún no se ha consolidado, en el ámbito de la imagen, el control de esa “Media” definible, según Hakim Bey, como un informe objetivo de la realidad, como “parte de una condición objetiva o natural de la realidad” o como la posibilidad de surgimiento de un observador capaz de reflejar y representar la realidad como un objeto. Ciñéndonos a Dominique Worton, podríamos sostener que el grupo “vidalista” parece preguntarse si la comunicación debe estar regida por valores e ideales (o, en su defecto, por los intereses y el comercio). Todos los “vidalistas” (Vidal incluido) parecerían jurar por la primera opción, excepto Leandro Rey, cuyo hispánico pragmatismo no le impide exudar, a su modo, una cierta ternura.
El Diario parece anticipar ese triste fenómeno actual encarnado en el desplazamiento (postulado por Worton) de la “dimensión humana y social” de la comunicación por su fría “dimensión técnica” . Releídas en esta época de tiranía mediático-tecnológica, cabe preguntarse si las páginas de Bioy no intentan prevenir premonitoriamente contra los riesgos implícitos en la proclividad a conceptuar la presencia tecnológica como la “condición de acercamiento entre los seres humanos”. Actualmente, costaría creer en las chances de éxito de la propuesta “vidalista” de calidez y trato directo, contrapuesta al descarnado modelo comunicacional promovido por sus jóvenes victimarios. El rupturismo de estos últimos parece desdeñar (sin el auxilio de esas “tecnologías individualizantes” asiduamente empleadas por la actual juventud con propósitos cuestionables) esa perenne posibilidad de una convivencia armoniosa imputable a la cultura y democracia de masas. El relato de Bioy (publicado poco antes del gerontocidio de Aramburu, inicio de una era de violencia armada juvenil) parece recordar la necesidad de un modelo comunicacional susceptible de compatibilizar recíprocamente los “tres aspectos fundamentales de la comunicación” postulados por Worton (el sistema técnico, el modelo cultural dominante y la organización económica, técnica y jurídica del conjunto de las técnicas de comunicación). En su era “pre-mediática”, los “vidalistas” intentan humanizar saludablemente la comunicación.
En el Diario, el “sin pan y sin trabajo” de De la Cárcova es desplazado por el “sin medios y sin Estado” impuesto a unos “vidalistas” consiguientemente aferrados a sus ancestrales sistemas de valores. La facción “vidalista” intenta combatir a sus enemigos desde su defensa de la lealtad paterno-filial, desde sus tertulias de truco y aperitivo en un café de la zona (aparentemente impensables en nuestros días), desde la donación de una corona fúnebre para el velatorio de Néstor padre (amigo eliminado por elementos “anti-age”), desde el abundante desayuno de amigos compartido en casa del españolísimo “vidalista” Leandro Rey. Este último, panadero de oficio, renuente a retirarse (pese a su sesentena y la insistencia de sus hijas) constituye una muestra cabal de la procastrinal ética laboral benedictino-protestante, anticipada por Hesíodo y contrapuesta por los “vidalistas”, en versión hispano-argentina, a la cuestionable ética laboral patrístico-preprotestante aparentemente refrendada por la juventud gerontofóbica. Juventud caracterizada por ese apego a la “vida apasionada” tan atribuible a la ética laboral protestante como a esa ética laboral hacker postulada por Pekka Himanen. Históricamente, esta última aún no ha efectuado su aparición al redactarse el Diario. Ciñéndonos a Himanen, la juventud gerontofóbica del Diario no sería hacker, sino craker: intenta romper el cerrojo de la “jaula de acero” promovida por el severo código ético de sus mayores . En nuestros tiempos, los jóvenes gerontófobos del Diario…, no sólo serían crakers, sino también anti-hacker, pues, a simple vista, se niegan a realizar el duro esfuerzo exigido por las éticas laboral protestante y hacker, lo cual explica, en cierto modo, el triunfo de unos “vidalistas” aparentemente proclives a refrendar la célebre sentencia de Thomas Alva Edison: “There is no substitute for hard work”. Desprovistos de la pseudo-protección “panóptica” otrora brindada por las instituciones de encierro y actualmente impuesta sin piedad por el elemento mediático-tecnológico, los “vidalistas” encaran con valentía su ancianidad, buscando saludables caminos alternativos hacia la felicidad individual y social .

Prof.Ernesto Sebastián Vázquez
Buenos Aires, noviembre de 2008