Friday, October 29, 2010

Un día muy particular

En su película Un día muy particular, Ettore Scola evoca el fugaz encuentro entre Filomena Marturana y su vecino Domenico Soriano, respectivamente encarnados por Sofía Loren y Marcelo Mastroianni. La historia transcurre en la Roma mussoliniana de 1938. A simple vista eso indica poco. La cosa cambia si pensamos que Filomena es mujer y Domenico homosexual. Filomena y Domenico pertenecen, por ende, a dos grupos humanos subestimados por el nazifascismo. Hecho nada secundario si recordamos que Scola sitúa su historia en el día del primer encuentro entre Mussolini y Adolf Hitler, celebrado durante la visita del Führer a la capital itálica. Filomena es ama de casa, madre de familia numerosa y esposa de un oficial del régimen mussoliniano. Encarna el ideal fascista de mujer. Filomena parece relegada a la soledad durante el día comprendido por el relato de Scola, pues su marido e hijos han ido a los actos fascistas organizados en honor del dictador alemán. Pero en los hechos no es así, porque entrará en contacto con Domenico, decidido a suicidarse al no poder evitar su envío a un campo de exterminio. Filomena y Domenico procuran hacerse mutua compañía, mientras el marido e hijos de Filomena homenajean a enemigos de mujeres y homosexuales. Al final del día, Filomena reanudará su monótona cotidianeidad junto a su marido e hijos, quienes regresan entusiasmados de su contacto con Mussolini y Hitler, que Filomena ha seguido distraídamente por radio. Domenico será apresado por los esbirros del Duce, escena presenciada por Filomena desde su cocina. Filomena procura consolarse empezando a leer un ejemplar de Los tres mosqueteros, de Alejandro Dumas, que Domenico le ha prestado.
Días atrás, la Argentina también vivió un día muy particular. Yo mismo no fui ajeno a ese clima. Por primera vez en mi vida trabajé como censista. Lo hice en la localidad bonaerense de Wilde, donde desempeño funciones docentes. Censé 22 viviendas, de uno a tres hogares cada una. Acababa de iniciar mi tarea censal, cuando uno de mis censados debió interrumpir su diálogo conmigo para atender la llamada telefónica de una persona de su conocimiento, quien le comunicó la noticia, recién difundida por los medios, del repentino fallecimiento del ex presidente Néstor Kirchner, ocurrido en la localidad santacruceña de Calafate. Mi censado cortó inmediatamente su diálogo telefónico y encendió su televisor para confirmar la noticia, temiendo que fuese un falso rumor difundido por los poderosos mass media antikirchneristas. Pero no. No lo era. Incluso la televisora oficial, Canal 7, lo daba por cierto. A la temprana edad de 60 años, Kirchner había dejado este mundo.
Proseguí mi labor censal, primero solo y después asistido por un eficiente ayudante gentilmente proporcionado por mi jefa de radio. Censé argentinos, uruguayos, paraguayos, peruanos y bolivianos de distintas edades y condición social. Procuré esmerarme, pero era evidente que, con la muerte de Kirchner, el censo había dejado de ser la noticia del día. Terminé de censar alrededor de las cinco de la tarde del 27 de octubre de 2010, “día muy particular”. Pero también un día en el que Filomena y Domenico se habrían sentido justamente vengados. Moría el predecesor de la primera mujer argentina convertida en presidenta de su país, de la presidenta que había legalizado el matrimonio homosexual en la Argentina. Algo como para estremecer a Mussolini y Hitler en sus respectivos sepulcros.

Tuesday, October 26, 2010

Las almas muertas de la Argentina

En su novela Almas muertas, Nicolái Gógol narra las aventuras de Pavel Ivánovitch Chíchikov, estafador abocado a recorrer la Rusia decimonónica previa a la abolición de la servidumbre rural. Chíchikov busca almas muertas, o campesinos físicamente extintos, aunque oficialmente vivientes, lo cual obliga a sus propietarios a pagar por ellos un impuesto especial hasta que su defunción sea registrada en un censo fiscal. Chíchikov engulle suculentas comidas junto con las encumbradas víctimas de sus transacciones, a quienes por unos pocos rublos extrae almas muertas supuestamente valoradas en muchos miles de unidades de moneda rusa. Chíchikov intenta asegurarse un renombre social alardeando un falso status sobre el papel.
Días atrás, la Argentina incorporó una joven vida a su nómina de almas muertas, la de Mariano Ferreyra, joven militante político afín a la lucha por la efectivización de los trabajadores tercerizados del Ferrocarril Roca. Pero, a diferencia de las almas muertas de Gógol, las almas muertas de la Argentina no son negociables. Y el caso de Ferreyra, presuntamente ultimado por espurios elementos sindicales, así lo demuestra. Como tampoco son negociables las muchas almas muertas del Proceso de Reorganización Nacional y de la tragedia de Cromañón. Como tampoco lo son las muchas almas muertas argentinas de periodos históricos anteriores, como las producidas por la represión del movimiento huelguista rural santacruceño de 1921 o el bombardeo aéreo de junio de 1955 contra Plaza de Mayo. Como diría Vicente Massot, la Argentina tiene una historia de "matar y morir".
Las almas muertas de Gógol adquirirían status de difuntas en una instancia censal, como la que atravesará por estos días la Argentina. Que los millones de almas vivas a censar no olviden a las almas muertas de la Argentina. La trágica muerte de Ferreyra debería instarnos a reemplazar el espíritu de "matar y morir" por el de "vivir y vivir".

Wednesday, October 20, 2010

Perdón, Candela

Por estos días, la TV y la publicidad callejera exhiben sendos avisos publicitarios de Trío, servicio conjunto de telefonía fija, Internet de banda ancha y TV prepaga del poderoso tándem multimediático Telefónica-Speedy-Direct TV. Los avisos de Trío exhiben a José Luis "Chipi" Fernández, como un hombre relativamente joven y poco avispado, que no atina a entender la proliferación de multimedios suscitada en su hogar por la contratación, decidida por su familia, del sofisticado Telco Pack de Trío, cuyo spot publicitario exhibe a "Chipi" como un individuo desconcertado que sólo atina a preguntar por una tal Candela, para desesperación de su familia, que le recuerda incesantemente la presencia de Trío en su casa, denunciada por la aparición de un micrófono radial. "Chipi" recién parece espabilarse cuando percibe que puede recuperar a su Candela invitándola a gozar de las delicias de Trío.
Lo que no aclara el spot publicitario de Trío es que "Chipi" es, según fuentes informáticas, una persona real, sobreviviente de un accidente motociclístico compartido con su consorte. La colisión en cuestión produjo a "Chipi" un traumatismo craneal, acompañado de una amnesia que lo hacía suponer erróneamente que su hija Candela iba con él en la moto chocada y repetir constantemente la frase interrogativa “¿Y Candela?”, despreocupadamente convertida por el trío Telefónica-Speedy-Direct TV en lema publicitario de ese lucrativo negocio multimediático públicamente denostado por la presidenta Cristina Fernández de Kirchner y allegados a la jefa de Estado.
Candela, seguramente aún sos chiquita. Y es lamentable que haya quienes se aprovechen de vos y tus seres queridos. En nombre de todos, conscientes o no de tu situación, te pido perdón.

Friday, October 15, 2010

Ponencia “Clima de ideas en la Argentina (1880-1910). Joaquín V.González, El juicio del siglo y la política facciosa”

Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires
Instituto de Enseñanza Superior Nº 1 “Dra.Alicia Moreau de Justo”
Profesorado en Historia
Equipo de Trabajo “El Bicentenario de la República”. Jornadas 2010
Coordinadora: Prof.Francisca Beatriz La Greca

Título de la ponencia: “Clima de ideas en la Argentina (1880-1910). Joaquín V.González, El juicio del siglo y la política facciosa”

Fecha de presentación: miércoles 13 de octubre de 2010

Hipótesis inicial
:

La vida de González no sólo discurre en el marco de profundas transformaciones fisonómicas para la Argentina, sino también en el marco de un efervescente clima de ideas. En dicho clima de ideas debe situarse El juicio del siglo, balance de nuestro primer siglo republicano redactado con motivo del Centenario. Esta ponencia pretende considerar principalmente el contexto histórico del trayecto vital de González y su visión de la historia argentina, haciendo especial hincapié en sus referencias al espíritu faccioso de la política argentina.

Texto de la ponencia:

Ante todo, buenas tardes/noches a todos los presentes.
Joaquín Víctor González, más conocido como Joaquín V.González, nació en Nonogasta, La Rioja, el 6 de marzo de 1863, y murió en la ciudad de Buenos Aires el 21 de diciembre de 1923. Como sus contemporáneos Bartolomé Mitre y Domingo Faustino Sarmiento, González fue una figura polifacética: político, historiador, educador, filósofo, literato, gobernador de su provincia, ministro de la Nación, miembro de la Real Academia Española y de la Corte Internacional de La Haya. También fue fundador de la Universidad Nacional de La Plata y creador de un célebre profesorado porteño posteriormente rebautizado en su honor. Falleció siendo Senador de la Nación, demostrando un compromiso cuasi-vitalicio con la función pública.
De la vasta producción escrita de González, he decidido abordar, en esta breve intervención mía, su ensayo histórico El juicio del siglo, cuya primera edición, aparecida con motivo del centenario de la Revolución de Mayo, celebró sus primeros cien años en mayo del corriente año, coincidiendo con la imponente celebración del Bicentenario. El centenario de El juicio del siglo inspiró a Natalio Botana un bello y erudito artículo conmemorativo publicado en el diario La Nación, responsable, hace ya cien años, de la primera edición del clásico texto de González. Dicho artículo, que aquí no analizaré por una cuestión temporal, ha inspirado esta modesta presentación mía.
Remitiéndome al análisis de Natalio Botana y Ezequiel Gallo, trazaré una rápida semblanza del contexto histórico del trayecto vital de González. La vida de González no sólo discurre en el marco de profundas transformaciones fisonómicas para la Argentina, sino también en el marco de un efervescente clima de ideas, al cual ni siquiera fue ajeno una figura de escasa talla intelectual como la de Julio Argentino Roca, protector de González. Durante su primera presidencia, Roca estuvo inserto en un “nacionalismo unificador” a la sazón “en boga en Europa, donde tenían sus expresiones más llamativas en los procesos de unificación nacional de Alemania e Italia” . Nacionalismo unificador manifestado, en el caso argentino, “en la extensión de la soberanía nacional, dentro del territorio percibido como propio, y en la unificación de las distintas entidades que componían ese territorio bajo el firme liderazgo de las autoridades nacionales”. En ese clima de ideas, caben destacarse numerosos hitos. Podríamos mencionar la polémica suscitada entre Pedro Goyena y Delfín Gallo durante el Congreso Pedagógico de 1882, preludio del triunfo laico en el proceso coronado con la sanción de la célebre ley 1420 de enseñanza primaria obligatoria y gratuita. Podríamos mencionar la intervención senatorial del ministro Filemón Posse a favor de la ley de matrimonio civil de 1888, actualmente definible como un antecedente remoto de la ley de matrimonio igualitario sancionada durante el año en curso. Podríamos mencionar la idealización del pasado anterior a la asunción presidencial de Miguel Ángel Juárez Celman, efectuada por los antijuariztas y acompañada de una “exaltación de la actividad cívica”. Podríamos mencionar el rechazo de la “desmovilización ciudadana” aparentemente preconizada por la Generación del 80 y recusado por sus opositores. Podríamos mencionar la promoción de la activa intervención estatal en la vida económica atribuida por Botana y Gallo a figuras presuntamente liberales como Roca y Juárez Celman. Podríamos mencionar la antinomia entre ganadería y agricultura presente en los debates del decenio de 1880 sobre el futuro de la vida rural argentina. Podríamos mencionar el conflicto entre el acuerdismo mitrista y el antiacuerdismo alemnista, suscitado en 1891 y génesis del radicalismo. Podríamos mencionar el enfrentamiento mediático-ideológico suscitado entre radicales y roquistas durante los alzamientos radicales provinciales de 1893. Podríamos mencionar, al llegar al año 1892, la alusión de Augusto Belín Sarmiento al “contrapunto entre intransigencia revolucionaria y acuerdismo evolucionista” y el incipiente “reformismo de prosapia católica, antirrevolucionario, crítico de la oligarquización del poder y, sin embargo, adicto a una férrea defensa del orden constitucional”, promovido por Indalecio Gómez y preanuncio del reformismo socialista de 1896 y del regeneracionismo yrigoyenista. Podríamos mencionar la “polémica entre centralización y descentralización” inaugurada por el debate de 1880 sobre la federalización de la ciudad de Buenos Aires. Podríamos mencionar la denuncia de la “mascarada” de una “república federal” encubridora de “un unitarismo predominante y expansivo”. Esa denuncia es presentada en 1898 por Estanislao Zeballos y refrendada en 1908 por Rodolfo Rivarola e impulsa el “análisis descarnado” de un Manuel Pizarro proclive a postular un mundo ineluctablemente encaminado “hacia una acentuada centralización política”. Centralización política controlable, según Leandro Alem, mediante una profundización de “la política federalista” y, según la Liga del Sur de Lisandro de la Torre, mediante la apelación al municipalismo. En ese efervescente clima de ideas, podríamos mencionar los entredichos sobre el federalismo que permitieron, hacia 1900, trazar el marco de circulación de “variados experimentos reformistas”. También podríamos mencionar el debate parlamentario del decenio de 1890 entre proteccionistas y librecambistas, el lugar destacado de la “cuestión social” en el discurso reformista del decenio de 1900, la enunciación de la Doctrina Drago y el inicio de la prolongada vida pública de Alfredo Palacios. También podríamos mencionar la fallida tentativa de 1902 de legalizar el divorcio vincular, que recién encontrará su reglamentación definitiva en 1987. También podríamos mencionar la denuncia de “los vicios oligárquicos que aquejaban al régimen político”, efectuada a principios del siglo XX. También podríamos mencionar el debate sobre servicio militar entablado en 1901 entre Alberto Capdevila y Pablo Ricchieri. También podríamos mencionar la polémica de principios del siglo XX sobre “la obligación política” y “la integración de la sociedad civil en el Estado”. También podríamos mencionar el “ambicioso programa de educación patriótica” de José María Ramos Mejía y el “clima de autocuestionamiento” atribuido por Zeballos a “un sector de la clase gobernante” de principios del siglo XX, apreciación empalmable con las denuncias de José Nicolás Matienzo sobre la corrupción política reinante hacia 1910. Podríamos mencionar, finalmente, el largo camino hacia el sufragio universal (iniciado en 1902 con la sanción de la ley de representación uninominal por circunscripciones, execrado por el anarquismo y rematado en 1912 por la aprobación de la ley de sufragio universal, masculino, secreto, obligatorio y con lista incompleta).
El erudito González no podía permanecer indiferente ante un clima de ideas tan efervescente, cuya extraordinaria densidad refleja fielmente El juicio del siglo. Por cuestiones de tiempo, limitaré mi análisis a una sola de las temáticas abordadas por González: el espíritu faccioso de la política argentina. Espíritu persistente desde los inicios de nuestra vida independiente e históricamente enraizado, según González, en nuestro periodo hispanocolonial y, en menor proporción, en nuestro periodo precolombino.
González define “el juicio del siglo” como una “síntesis crítica” de la historia argentina del periodo comprendido entre 1810 y 1910. Durante el primer siglo posterior a la Revolución de Mayo, el “dinamismo general” de la Argentina ha encontrado, según González, una de sus “fuerzas más permanentes y decisivas” en “la pasión de partido, las querellas domésticas, los odios de facción, la ambición de gobierno o de predominio personal”. Según González, ese espíritu faccioso se enraíza históricamente con el “sistema despótico, mezquino, inquisitorial, prohibitivo y mercantil” impuesto por la Corona española a sus dominios sudamericanos en un periodo iniciado hacia 1550 y prolongado hasta el reinado del monarca español Carlos III, extendido entre 1759 y 1788. Según González, la gestión gubernativa de Carlos III, promotor de las célebres reformas borbónicas o carloterceristas, pretendió insuflar un cierto aire innovador en el ámbito hispanocolonial sudamericano. En Sudamérica, la política hispanocolonial precarlotercerista, tachada de “egoísta” por González, había cerrado obstinadamente “todas las puertas al espíritu cívico de la sociedad nativa”. “En tal estado político, en tal predisposición de alma”, escribe González, “era natural que toda impulsión de reforma liberal, (…) se manifestase en ella con intensidad y fuerza”. Según González, esas impulsiones de reforma liberal también explicarían por qué “la experiencia heroica de autodefensa y liberación de la colonia rioplatense” contra las Invasiones Inglesas revelasen “en sazón” a “las fuerzas materiales” destinadas a sustentar “en el terreno de los hechos” una “conciencia ya formada de la independencia”.
Según González, podemos definir el “estado social” imperante en el Plata hacia 1800 como un marco situacional auxiliado por “la unidad política y despótica” al solo efecto de constituir la homogeneidad poblacional “en una sola entidad nacional, mientras que las concesiones, franquicias y experiencias de la libertad, en cuanto pudieron influir sobre la conciencia común, sólo sirvieron para determinar el impulso de la emancipación colectiva (…) del secular despotismo, y sobre el vasto territorio, que un nuevo concepto de soberanía le señalaba como un dominio propio, como asiento destinado a la vida futura de una nacionalidad nueva”.
Al analizar la Guerra de Independencia, González alude al “invencible poder del sentimiento y (…) conciencia social de la independencia”, definiéndolo como el único componente capaz de “sobreponerse a los peligros y desastres” permanentemente alzados por “la discordia y las rivalidades de personas, (…) facciones y partidos (…) contra la marcha de la guerra emancipadora en sus focos más intensos y cálidos”. Al postular discordia y rivalidades personales, González alude a una “ley histórica invariable”, rectora permanente de la vida política argentina. Ley consistente, según González, en el “predominio de la ambición, la posesión y la preocupación del gobierno, sobre todos los demás móviles que determinan los sucesos”, con la consiguiente adquisición de “un valor superior” por parte del “factor personal”. González parece definir la historia política argentina como “una guerra continuada de sometimiento y de unificación, de resistencias parciales o regionales, y tentativas libertadoras en distintos periodos del largo despotismo, siempre ahogadas en sangre o disueltas por el destierro”.
En el contexto histórico-político argentino, González postula una “tesis o ley argentina de las discordias internas”. Discordias internas que, según González, conspiran “sin tregua contra la integridad material e institucional de la patria”. Discordias internas acompañadas, según González, de “movimientos armados (…) contra las tiranías” y sus “tendencias antagónicas (…) en su cruenta lucha de predominio”. Discordias internas que, según González, impidieron consolidar el régimen gubernativo argentino “hasta 1860”. Discordias internas responsables, según González, de generar un “estado de descomposición interna que llega a complicar y aun borrar” las fronteras conceptuales más nítidas. Desde dicha perspectiva, González alude a la “ley fatal de la discordia y la guerra civil”, debilitante de “los grandes sentimientos y conceptos de la soberanía e integridad material de la patria”.
González menciona una “penosa y terrible” ley histórica, que “presenta a los argentinos arrastrados por un vértigo sangriento hacia las querellas fratricidas”. Querellas fratricidas que, según González, despedazan y desintegran “en largas intermitencias el cuerpo inmenso” en que debe residir el “alma común” hasta la ponderación definitiva de “la efectividad del dominio o la verdadera magnitud del patrimonio colectivo” por parte del “azar de las fuerzas o el determinismo” de unas “leyes históricas” reducidas por González al denominador común de la “ley histórica de la discordia intestina”. González define esa lección histórica como una lección “profunda y amarga, que debiera repetirse sin cesar y con su hondo sentido patriótico, a todas las generaciones escolares de hoy y de mañana, como la única forma de extirpar las raíces del primitivo mal, para que la semilla del odio (…) se transformase por la lenta evolución en el germen del amor y la tolerancia, como ley social del porvenir y (…) exponente real de la nueva cultura (…)”.
En lo referente a la política facciosa, González postula una clase gobernante argentina carente del “don de la persistencia” y proclive, “apenas oídas las primeras dianas del triunfo”, a volver sus “ojos hacia la plaza pública, (…) a recoger el galardón político de la campaña, o (…) echar todo el peso del prestigio reciente sobre las espaldas del enemigo doméstico”. En lo tocante a los “odios de facción”, González acusa a “la pasión política” de haber cegado “los sentimientos patrióticos de muchos argentinos”, limitando su pensamiento al “triunfo” de los odios de facción.
González también alude al “fantasma de las viejas regresiones”, reaparecido con su “fisonomía inconfundible” durante las “crisis parciales” de la “vida institucional argentina”. A ese fantasma, González sugiere oponer el alerta “espíritu cívico y patriótico de un pueblo consciente de un destino superior”. En dicho contexto, conviene, según González, imponer una “guardia veterana e incorruptible al (…) tesoro común de las instituciones”, pues “el problema de la disolución moral de la nación está en tela de juicio” de imperar exclusivamente el “interés o (…) influencia personal del que manda, (…) el factor de la amistad y el vínculo de grupo, de familia, de necesidad o del éxito del día”.
Según González, la exacerbación del espíritu faccioso puede traducirse en una “antinomia completa” entre el “pueblo y su clase gobernante”. Antinomia acompañada, según González, de “una diferencia de nivel o (…) planos”, que imposibilita la “conjunción y asociación de ideas y fuerzas” entre el pueblo y sus gobernantes. Desgraciadamente, las educaciones escolar y vital no han podido, según González, “abatir los troncos robustos” colocados en “nuestros hábitos” por “los vicios, violencias, errores y fraudes originarios de nuestra reconstrucción nacional”. Vicios, violencias, errores y fraudes constitutivos, según González, de una “tendencia retrógrada o degenerativa que vive y trabaja y reacciona de tiempo en tiempo en nuestro organismo nacional”. En la historia de ese organismo nacional pueden, según González, “regresiones, (…) abusos, (…) corrupciones y sumisiones”, cuyas raíces deben ser corregidas o eliminadas por “la educación futura”. Regresiones, abusos, corrupciones y sumisiones. Males dependientes, según González, “de los caracteres generales de la cultura política del país”.
Para redondear esta exposición, permítaseme decir, con palabras de González, que la “historia es una enseñanza y una fuerza de expresión en la labor de un pueblo (…) cuando es verídica, honrada y justiciera; pero en las condiciones contrarias, sólo puede conducir a falsas deducciones y a posiciones engañosas, cuando no equívocas o peligrosas para la propia estimación y respeto”.
Muchas gracias.

Expositor: Prof.Ernesto Sebastián Vázquez
Buenos Aires, agosto-octubre de 2010

Tuesday, October 12, 2010

España indeleble

En 1917, el presidente Hipólito Yrigoyen declara al 12 de octubre como la fiesta cívica conocida como “Día de la Raza”, a pedido de las sociedades españolas de Buenos Aires, potenciadas por la caudalosa inmigración hispana de fines del siglo XIX y principios del XX. Según el historiador argentino Fernando Devoto, el término raza aludía, en ese caso, a la raza hispánica, lo cual explica que, hasta la fecha, el 12 de octubre también sea evocado, en Argentina y Chile, como el “Día de la Hispanidad”.
Durante el siglo XIX, España no había gozado de buena fama entre nosotros. Para muchos argentinos decimonónicos, España era la potencia que nos sojuzgase durante tres siglos, la simbolización de esa barbarie postulada entre nosotros por un Sarmiento poco amigo de España. La versión original de nuestro Himno Nacional contenía atroces alusiones a España, que el presidente Julio Argentino Roca hizo suprimir en 1900, en consideración a la creciente colectividad española de la Argentina. Por esos años, España había sido derrotada en el conflicto independentista cubano, obligada a renunciar a Filipinas y Puerto Rico y definitivamente despojada de su otrora vasto imperio colonial, generando en más de un español una desazón que impulsó a Miguel de Unamuno a pronunciar su célebre sentencia “Me duele España”. El drama hispano finisecular explica esa reconciliación con España atribuida por Devoto a las elites culturales y políticas argentinas de principios del siglo XX y la decisión del presidente José Figueroa Alcorta de otorgar a la Infanta Isabel de Borbón, tía bisabuela del actual rey de España, el status de huésped de honor de las autoridades argentinas durante los rutilantes festejos del Centenario de la Revolución de Mayo.
España no goza de las simpatías de los pueblos indoamericanos, proclives a concebir a la nación ibérica como la genocida de sus antepasados. Desgraciadamente hay algo de cierto en esa severa apreciación. Sin embargo, la impronta española en suelo americano es indeleble. Millones de americanos profesan actualmente la religión exportada por España a América y hablan la lengua difundida por los españoles en el Nuevo Mundo. Millones de argentinos tenemos ascendencia hispánica, entre ellos quien les habla, que cuenta, entre sus antepasados europeos, a tres bisabuelas, dos bisabuelos y una abuela de origen español. Muchos argentinos de ascendencia hispánica han adoptado la ciudadanía española, sin por ello renunciar a su propia nacionalidad. U optado por radicarse en la tierra natal de sus ancestros en horas aciagas de nuestra historia. Por no mencionar las cuantiosas inversiones económicas españolas efectuadas en territorio argentino durante la última década del siglo XX. O los españoles antifranquistas emigrados a la Argentina por cuestiones políticas, como el célebre Miguel de Molina, que convirtió a nuestro país en su segunda patria, sin renegar en absoluto de sus hispánicas raíces. Como conquistadores, inmigrantes, refugiados o inversores, los españoles han estado presentes entre nosotros durante los últimos cinco siglos.
En este 12 de octubre, invito, pues, a matizar debidamente nuestra ponderación de España. Nuestra Madre Patria habrá perpetrado entre nosotros muchos horrores, pero también ha sembrado mucho bien. No debemos, por ende, ponderarla a ciegas, cayendo en una exaltación desmedida o execración desmesurada.

Monday, October 11, 2010

Argentina: pragmatismo humanizado vs.conservadurismo infecundo

En mi artículo homónimo del 28 de junio de 2010, publicado en este mismo espacio con motivo de la inminente sanción de la Ley de Matrimonio Igualitario, negué la posibilidad de “detener el avance de las ruedas de la Historia”. Ahora pretendo ratificar enfáticamente mi postura, aún sabiéndola polémica y posiblemente reñida con mis convicciones religiosas. De mi primer periplo europeo, efectuado a mis 18 años, regresé convencido de la necesidad de implementar políticas pragmáticas en la conservadora Argentina del decenio de 1980, implementadas en la década de 1990 y humanizadas durante los decenios de 2000 y 2010.
Ese pragmatismo humanizado debe verse reflejado en el plano normativo. Durante sus dos primeros siglos poscoloniales, la Argentina ha dado muestras acabadas sobre el particular, lamentablemente limitadas, no sin frecuencia, por una infecunda ingerencia conservadora. Argentina fue uno de los primeros países en legalizar el sufragio universal. Ya en 1821, Bernardino Rivadavia, a la sazón ministro de Gobierno bonaerense, promulgó una ley de voto universal, hecho verdaderamente destacable, aunque el sufragio, a escala nacional, recién se hiciese obligatorio en 1912 y extensivo a la mujer en 1947. La ley rivadaviana era francamente precoz, pues en la Europa de ese tiempo aún se estilaba el voto censitario. Ya en 1864, Domingo Faustino Sarmiento, a la sazón gobernador de San Juan, promulgó una ley de voto femenino para su provincia natal, hecho extraordinario en tiempos anteriores al movimiento sufragista. Ya en 1884, el presidente Julio Argentino Roca promulgó una ley de educación primaria laica, gratuita, obligatoria y estatal, la célebre ley 1420, convirtiendo a la Argentina, junto a Alemania y Francia, en uno de los contados países con un Estado activamente interviniente en materia educativa, mal que le pesase al muy respetable elemento eclesiástico, de desmedida participación educativa en la España de los siglos XIX y XX. Ya en 1888, el presidente Miguel Ángel Juárez Celman promulgó una muy necesaria ley de matrimonio civil, para disgusto del sector clerical. En 1985 pudieron las madres argentinas empezar a compartir la patria potestad con los padres de familia de su patria. La promulgación de la ley argentina de patria potestad compartida fue alabada a escala internacional, por no existir muchos antecedentes de la misma fuera de nuestro país. Como tampoco los había de la Ley de Matrimonio Igualitario promulgada en 2010 por la presidenta Cristina Fernández de Kirchner.
El pragmatismo humanizado argentino no siempre fue tan afortunado. En 1902 fracasó por escaso margen el intento de sanción parlamentaria de una ley de divorcio vincular, fallidamente reintentada en 1954 y finalmente reglamentada en 1987. En 1901y 1978, Argentina y Chile estuvieron ridículamente al borde de un conflicto armado por su diferendo limítrofe en la región del Beagle, pacíficamente dirimido en 1984. En 1901 fracasó el intento de evitar la sanción parlamentaria de una innecesaria ley de servicio militar obligatorio, finalmente derogada en 1995. Recién en 1984 se suprimieron los anacrónicos exámenes de ingreso a la escuela secundaria. Recién en 2006 se proclamó la obligatoriedad parcial de la enseñanza inicial y total de la enseñanza media. Recién en 2009 se otorgó la mayoría de edad a una edad recomendable.
A la Cámara de Diputados de la Nación ha ingresado, con la firma de doce legisladores de diferentes bloques políticos, el proyecto de Ley Nacional de Identidad de Género, redactado por la diputada nacional Silvia Augsburger y la Federación Argentina de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Trans (FALGBT). Dicho proyecto de ley, a presentarse también ante el Congreso uruguayo, reconoce el derecho de las personas cambiadas de sexo a rectificar sus datos registrales.
La promulgación de la Ley Nacional de Identidad de Género conllevaría un triunfo del pragmatismo humanizado argentino. Como también lo conllevaría la legalización de la prostitución y del aborto. No será fácil. El conservadurismo infecundo argentino podrá haberse visto replegado. Pero, aunque agazapado, está al acecho.

Sunday, October 03, 2010

Para tener en cuenta

En su película Sin retorno, recientemente estrenada, el cineasta argentino Miguel Cohan narra, entre otras historias, la historia de los Fustiniano, una acomodada familia de la clase media argentina, a la cual no parece faltarle nada para ser feliz. El matrimonio Fustiniano, integrado por una odontóloga y un empresario, tiene dos hijos, uno de los cuales, Matías, sigue los pasos de su madre en materia de educación formal, al cursar estudios de arquitectura en la Universidad de Buenos Aires. Matías y su hermana Luciana viven una vida sin privaciones, ignorantes de las penurias soportadas por muchos semejantes suyos, materialmente menos favorecidos que los Fustiniano. Todo cambia abruptamente una noche, cuando Matías y su amigo Chaucha abandonan momentáneamente una fiesta estudiantil, con Matías al volante del auto de su madre, en busca de una licuadora y hielo para confeccionar cócteles. En el trayecto, Matías atropella involuntariamente al treintañero ciclista Pablo Marchetti, que ha venido de tener un incómodo incidente callejero con el ventrílocuo Federico Samaniego, hombre casado, de condición social modesta y padre de una pequeña hija, encarnado por Leonardo Sbaraglia, quien ha dañado involuntariamente la bicicleta de Pablo en su trayecto de regreso de un compromiso laboral, efectuado al volante de su modesto rodado. Matías pide una ambulancia para Pablo desde un teléfono público, sin esperar la llegada de la asistencia médica para el accidentado. Shockeado, Matías decide excluir a Chaucha de la cuestión, ocultar el rodado materno en una zona apartada y decir a su padre que el vehículo ha sido robado a mano armada, versión consignada en el acta policial destinada a la compañía de seguros. Mientras tanto, el accidente de Pablo adquiere status público cuando Víctor, su padre viudo, encarnado por Federico Luppi, efectúa la denuncia mediática del hecho. Los medios informan del progresivo agravamiento y posterior fallecimiento del hospitalizado Pablo. Al enterarse de la defunción de su atropellado, Matías, quien ha intentado acercarse a Pablo en el hospital, se quiebra y cuenta la verdad a sus padres. Estos últimos, asesorados por un abogado, resuelven hacer todo lo posible para salvar a su hijo de un eventual encarcelamiento. Matías y su padre destruyen el rodado materno en un remoto descampado suburbano, haciendo desaparecer un elemento incriminatorio. Mientras tanto, la investigación judicial avanza y Federico Samaniego, arrestado en la frontera terrestre argentino-brasileña, es imputado en el caso Marchetti y sentenciado a cinco años de prisión. En la cárcel, Federico entabla amistad con otro preso, apodado Kempes, quien vaticina acertadamente que Federico será liberado en tres años y medio por buena conducta. En el ínterin, la vida de los Fustiniano parece haberse normalizado. Matías se ha recibido de arquitecto y empezado a ejercer su profesión. La recobrada felicidad de los Fustiniano se corta abruptamente cuando Federico reaparece en la vida de la familia de Matías, decidido a vengarse con ayuda del ahora liberado Kempes. Este último le proporciona un arma de fuego y lo deriva a una agente policial, quien accede a suministrar a Federico los datos de los rodados denunciados por robo en el día del accidente sufrido por Pablo. Según Kempes, esa información permitiría a Federico averiguar quién efectuó la denuncia policial desencadenante de su erróneo procesamiento judicial. Tras descartar unos cuantos nombres, Federico decide atribuir el hecho a Matías, el último denunciante de su lista, a quien intercepta en medio de un preventivo éxodo familiar de los Fustiniano al country de una tía materna de Matías. Como no desea volver a la cárcel, Federico se limita a llevar a Matías a un fugaz, brusco y simbólico tête-a-tête con Víctor Marchetti. Cuando Federico se aleja de la casa de Víctor, Matías y el padre de Pablo quedan frente a frente, Víctor con la frente ensangrentada por Federico y tan incapaz de hablar como su joven e imprevisto visitante. Matías opta por regresar al volante del automóvil familiar, secuestrado por Federico junto al joven arquitecto, recobrando, en la escena final del film de Cohan, el estado de shock que creía haber superado.
Sin retorno no es una simple película policial. Es también una radiografía social, una denuncia de la farisaica moral de la clase media argentina, de la perversión de los sistemas de valores, de la indefensión de muchos habitantes de nuestra patria, del desfondamiento institucional y de la desmedida ingerencia mediática. Es una película que da que pensar, estrenada junto a muchas películas limitadas al status de objetos de consumo. Sin retorno es, en otras palabras, una película para tener en cuenta, en una época histórica protagonizada por muchos seres humanos aparentemente decididos a no tener en cuenta sus principales componentes vitales.