Sunday, October 03, 2010

Para tener en cuenta

En su película Sin retorno, recientemente estrenada, el cineasta argentino Miguel Cohan narra, entre otras historias, la historia de los Fustiniano, una acomodada familia de la clase media argentina, a la cual no parece faltarle nada para ser feliz. El matrimonio Fustiniano, integrado por una odontóloga y un empresario, tiene dos hijos, uno de los cuales, Matías, sigue los pasos de su madre en materia de educación formal, al cursar estudios de arquitectura en la Universidad de Buenos Aires. Matías y su hermana Luciana viven una vida sin privaciones, ignorantes de las penurias soportadas por muchos semejantes suyos, materialmente menos favorecidos que los Fustiniano. Todo cambia abruptamente una noche, cuando Matías y su amigo Chaucha abandonan momentáneamente una fiesta estudiantil, con Matías al volante del auto de su madre, en busca de una licuadora y hielo para confeccionar cócteles. En el trayecto, Matías atropella involuntariamente al treintañero ciclista Pablo Marchetti, que ha venido de tener un incómodo incidente callejero con el ventrílocuo Federico Samaniego, hombre casado, de condición social modesta y padre de una pequeña hija, encarnado por Leonardo Sbaraglia, quien ha dañado involuntariamente la bicicleta de Pablo en su trayecto de regreso de un compromiso laboral, efectuado al volante de su modesto rodado. Matías pide una ambulancia para Pablo desde un teléfono público, sin esperar la llegada de la asistencia médica para el accidentado. Shockeado, Matías decide excluir a Chaucha de la cuestión, ocultar el rodado materno en una zona apartada y decir a su padre que el vehículo ha sido robado a mano armada, versión consignada en el acta policial destinada a la compañía de seguros. Mientras tanto, el accidente de Pablo adquiere status público cuando Víctor, su padre viudo, encarnado por Federico Luppi, efectúa la denuncia mediática del hecho. Los medios informan del progresivo agravamiento y posterior fallecimiento del hospitalizado Pablo. Al enterarse de la defunción de su atropellado, Matías, quien ha intentado acercarse a Pablo en el hospital, se quiebra y cuenta la verdad a sus padres. Estos últimos, asesorados por un abogado, resuelven hacer todo lo posible para salvar a su hijo de un eventual encarcelamiento. Matías y su padre destruyen el rodado materno en un remoto descampado suburbano, haciendo desaparecer un elemento incriminatorio. Mientras tanto, la investigación judicial avanza y Federico Samaniego, arrestado en la frontera terrestre argentino-brasileña, es imputado en el caso Marchetti y sentenciado a cinco años de prisión. En la cárcel, Federico entabla amistad con otro preso, apodado Kempes, quien vaticina acertadamente que Federico será liberado en tres años y medio por buena conducta. En el ínterin, la vida de los Fustiniano parece haberse normalizado. Matías se ha recibido de arquitecto y empezado a ejercer su profesión. La recobrada felicidad de los Fustiniano se corta abruptamente cuando Federico reaparece en la vida de la familia de Matías, decidido a vengarse con ayuda del ahora liberado Kempes. Este último le proporciona un arma de fuego y lo deriva a una agente policial, quien accede a suministrar a Federico los datos de los rodados denunciados por robo en el día del accidente sufrido por Pablo. Según Kempes, esa información permitiría a Federico averiguar quién efectuó la denuncia policial desencadenante de su erróneo procesamiento judicial. Tras descartar unos cuantos nombres, Federico decide atribuir el hecho a Matías, el último denunciante de su lista, a quien intercepta en medio de un preventivo éxodo familiar de los Fustiniano al country de una tía materna de Matías. Como no desea volver a la cárcel, Federico se limita a llevar a Matías a un fugaz, brusco y simbólico tête-a-tête con Víctor Marchetti. Cuando Federico se aleja de la casa de Víctor, Matías y el padre de Pablo quedan frente a frente, Víctor con la frente ensangrentada por Federico y tan incapaz de hablar como su joven e imprevisto visitante. Matías opta por regresar al volante del automóvil familiar, secuestrado por Federico junto al joven arquitecto, recobrando, en la escena final del film de Cohan, el estado de shock que creía haber superado.
Sin retorno no es una simple película policial. Es también una radiografía social, una denuncia de la farisaica moral de la clase media argentina, de la perversión de los sistemas de valores, de la indefensión de muchos habitantes de nuestra patria, del desfondamiento institucional y de la desmedida ingerencia mediática. Es una película que da que pensar, estrenada junto a muchas películas limitadas al status de objetos de consumo. Sin retorno es, en otras palabras, una película para tener en cuenta, en una época histórica protagonizada por muchos seres humanos aparentemente decididos a no tener en cuenta sus principales componentes vitales.

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