Tuesday, August 24, 2010

Mucho me lo temo

En una entrevista publicada días atrás en la revista Ñ, se pregunta al historiador italiano Carlo Ginzburg qué papel puede otorgarse “a la televisión en la construcción de la verdad”. Ginzburg responde: “Le confieso una cosa: yo detesto la televisión y nunca tuve un televisor. Creo que es un instrumento potentísimo y que contribuye a construir verdad, falsedad, una mezcla de ambas, no hay duda. Como también lo hicieron el cine, las novelas, los libros y lo siguen haciendo. Pero no creo que se pueda aislar el rol de la televisión. Creo que sí, que es un instrumento muy potente, que tiene una facultad hipnótica muy fuerte. Después habría que discutir caso por caso. Yo, incluso por el país en que vivo, veo, sobre todo, los riesgos políticos de la televisión y con mayor razón, del monopolio televisivo”.
¿Es posible, como parece plantear Ginzburg, vivir sin televisor y, en líneas generales, sin medios? Actualmente parece que no. Sin embargo, los medios son recientes, al menos en su expresión de máximo desarrollo. Expresión iniciada, según los investigadores franceses Frédéric Barbier y Catherine Bertho Lavenir, con Denis Diderot y su primera edición de la Enciclopedia Francesa, aparecida en 1751. O sea, hace menos de 300 años. En los últimos decenios, el mundo ha sufrido una verdadera obsesión mediática. ¿Todo el mundo?
No lejos de la Buenos Aires de 2010, mucha gente jamás ha tenido una computadora en su casa y depende del locutorio para tener acceso a Internet. Muchos ni siquiera tienen un teléfono fijo o celular a su nombre. Y muchos no tienen acceso a servicios más esenciales, como el agua potable y el gas de red. Sus penurias no me han permitido evitar una desaforada expansión en la enumeración de mis vías de comunicación contenida en mi curriculum vitae y tarjeta de visita. Y, la verdad, de a ratos me siento un perfecto idiota al escribir mi blog, enviar SMS y chequear mis casillas de correo electrónico. Y a los vigiladores de mi edificio, pronto los tendré aburridos preguntándoles, de lunes a viernes, si ha llegado alguna correspondencia para mi departamento.
Durante años me resistí a usar una PC y comprar un teléfono celular. Ahora duermo al lado de una computadora de escritorio y uso mi celular para enviar SMS, efectuar llamadas de voz, programar alarmas recordatorias, realizar cálculos matemáticos y sacar fotos. Días atrás, me sorprendí a mí mismo considerando la posibilidad de comprar una netbook en cuotas. ¿Qué haría con ella, en nombre de Dios? ¿Andar con un aparato de 2000 pesos en el colectivo? Tendría que contratarle una póliza contra robo en alguna compañía de seguros. Sin embargo, las netbooks se están vendiendo mucho, denunciando el carácter hipnótico de los medios atribuido por Ginzburg a la televisión. Y puede que yo sucumba alguna vez a la tentación. Mucho me lo temo.

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