Sunday, August 12, 2007

San Martín, valor permanente

Dentro de pocos días los argentinos conmemoraremos un nuevo aniversario del deceso del general José de San Martín. Durante casi dos siglos, la figura del Gran Capitán se ha hecho intermitentemente presente en la vida de nuestra patria.
San Martín inició su célebre ostracismo voluntario al sentirse incapaz (a diferencia de Bolívar) de ejercer el poder político necesario para consolidar el proceso independentista sudamericano, cimentado en el plano militar. En 1823 partió hacia Europa, sin otro acompañante que una pequeña hija huérfana de madre. Cinco años después, un navío lo acercó al estuario rioplatense, pero el Libertador se rehusó a desembarcar al interpretar que Lavalle pretendía situarlo al frente de la soldadesca alzada contra Dorrego, convirtiéndolo, según el propio San Martín, en "verdugo de mis conciudadanos". El Gran Capitán se recluyó definitivamente en el Viejo Mundo. En 1844, Juan Manuel de Rosas rehabilitó al ilustre correntino, sin lograr que el Libertador, añoso y achacoso, aceptase la embajada en Lima ofrecida por el Restaurador al insigne emigrado. Ese mismo año, el Libertador firmó un célebre testamento, que legaba su legendario sable curvo al controversial gobernador bonaerense, quien pocos años después emprendería, como San Martín, su destierro vitalicio. El Gran Capitán regresaría a su patria recién en 1880, tres décadas después de expirar, dentro de un átaud depositado con gran pompa en la Catedral Metropolitana, según lo pidiese expresamente el propio Libertador. En 1828, el Gran Capitán aún se hallaba en plena posesión de sus facultades mentales y la actual capital argentina, en plena efervescencia. Cincuenta y dos años después, los despojos del prócer desembarcaban en un Buenos Aires destinado a convertirse en capital de la Nación, tras un conflicto análogo al que el Libertador se negase a sofocar, rematado con un saldo de 3.000 muertos y una Reina del Plata federalizada a sangre y fuego.
Bartolomé Mitre lo ensalzó en su célebre biografía del Padre de la Patria. Por esos años millares de europeos se instalaban en nuestro suelo, procreando argentinos necesitados de héroes que venerar, entre quienes San Martín figuraría en primera fila. Nacía así el mito del Libertador, cuyo deceso sería ritualmente conmemorado, generación tras generación. O bien explotado por el poder de turno, como lo hiciese el primer gobierno peronista en 1950, al instituir, con motivo del centenario de su fallecimiento, el "Año del Libertador General José de San Martín". O como lo hiciese la abominable dictadura procesista en 1978, con motivo del bicentenario de su nacimiento. En 2000, con motivo del sesquicentenario de su deceso, los argentinos, azotados por una gravísima crisis socioeconómica y el incompetente gobierno aliancista, evocaron afectuosamente la figura del Gran Capitán, conceptuándola como una legítima fuente de esperanza en medio de una de las peores desazones padecidas por nuestra patria y su pueblo.
Los golpìstas del siglo XX argentino invocaron reiteradamente el nombre del Gran Capitán, que el presidente Arturo Illia, al ser exonerado de la Casa Rosada, se negó valientemente a asociar con los uniformados responsables del derrocamiento del líder radical. A lo largo de las décadas, Billiken y Anteojito homenajearon regularmente la figura del Libertador, cuya efigie ornamentó patios y cuadernos escolares, billetes de banco, estampillas postales. Las actuales revistas escolares continúan esa tradición. La majestuosa estatua ecuestre de San Martín caracolea impávida sobre la homónima plaza porteña, con su base libre de los graffittievitablemente estampados por manos antisociales contra los monumentos erigidos en honor de otras figuras históricas argentinas. Escolares y turistas visitan regularmente su majestuoso sepulcro, custodiado por soldados ataviados con el uniforme del regimiento creado por el Libertador. Quizá algo aburridos, los niños y adolescentes se reúnen todos los años, en sus escuelas, a rendir tributo a su memoria. Incluso en las plazas de modestas localidades del Interior pueden observarse bustos del Gran Capitán. En estos últimos años, figuras tan disímiles como Norberto Galasso, José Ignacio García Hamilton y Agustín Pérez Pardella han publicado sendos libros sobre su figura. La figura de San Martín se ha visto exenta de las duras críticas contra otras figuras de nuestra historia, como Mariano Moreno, Bernardino Rivadavia, Juan Manuel de Rosas, Domingo Faustino Sarmiento, Julio Argentino Roca, Hipólito Yrigoyen o Juan Domingo Perón, tan ensalzadas como vilipendiadas.
¿Qué representa San Martín para nosotros? Evidentemente, un personaje respetado por todos, historiadores o no, una suerte de Cristo laico al cual apegarnos en los momentos más aciagos de nuestra evolución histórica. Todo pueblo necesita figuras así. Quien suscribe visitó Turquía en 2003, año del 65º aniversario del deceso de Mustafá Kemal Atatürk, venerado por el pueblo turco como el principal artífice de la Turquía moderna. Por esos días, el gobierno estadounidense ejercía una neta presión sobre el Parlamento turco, exigiendo su aprobación para atravesar el territorio turco rumbo al Irak de Saddam Hussein. Setenta años antes, Atatürk había liderado exitosamente a sus compatriotas contra las potencias vencedoras en la Primera Guerra Mundial, que pretendían controlar ilegítimamente a Turquía.
En vísperas de un nuevo aniversario de su deceso, los argentinos podemos seguir viendo en San Martín un valor permanente. En un país con sus sistemas de valores constantemente vapuleados, ello no es poco.