Tuesday, January 23, 2007

Amanecer de un año agitado

El 23 de enero de 1989, los argentinos nos desayunamos con la noticia del fallido copamiento izquierdista del regimiento de La Tablada, rápidamente sofocado por efectivos del ejército regular. El argentino promedio, harto de tanto derramamiento inútil de sangre, no podía sino rechazar categóricamente ese anacrónico retorno frustrado al accionar guerrillero del decenio de 1970 (responsable directo de la instauración del execrable régimen procesista).
Seame permitido recordar (sin ninguna connotación ideológica)la visita del presidente Raúl Alfonsín a los soldados hospitalizados a consecuencia de las heridas infligidas por los disparos de armas de fuego intercambiados entre los sediciosos y sus inevitables represores. Cinco meses antes de su precipitada dimisión, el mandatario radical atravesaba por el accidentado tramo final de su traumática presidencia. Las presiones castrenses habían jaqueado miserablemente su voluntad política de procesar judicialmente a los responsables de la última dictadura y sus aberrantes violaciones a los derechos humanos, obligándolo a promulgar, a fines de 1986, las abyectas leyes de Punto Final y Obediencia Debida. Como sus pares uruguayo Julio María Sanguinetti y chileno Patricio Aylwin, Alfonsín se había visto obligado a moderar sus expectativas al respecto. Entre abril de 1987 y diciembre de 1988, el político chascomusense había debido capear sendos planteos militares (Semana Santa, Monte Caseros, Villa Martelli). En la memoria de Alfonsín, aún debía estar fresco el triste recuerdo de Villa Martelli al recibir, en esa tórrida mañana estival, la noticia del alzamiento de La Tablada, descendiente directo del frustrado asalto guerrillero al regimiento Domingo Viejobueno de Monte Chingolo, último episodio violento protagonizado por elementos civiles antes del derrocamiento de la presidente María Estela Martínez de Perón, del cual acababa de cumplirse el décimotercer aniversario. La lejanía cronológica de los orígenes revolucionarios de su partido impelía a Alfonsín a rechazar de plano la posibilidad de un conato susceptible de desestabilizar seriamente a su gobierno, ya de por sí jaqueado por el serio retroceso electoral padecido por el radicalismo en septiembre de 1987 (a manos de la "renovación peronista" dirigida por Antonio Cafiero) y por una adversa coyuntura macroeconómica (que preludiaba la fatídica crisis hiperinflacionaria responsable de la anticipada transmisión del mando presidencial al doctor Carlos Menem). En 1966, Alfonsín había debido desocupar precipitadamente su despacho de diputado nacional, debido a la destitución presidencial de su correligionario Arturo Illia. No debía querer exponerse nuevamente a ese riesgo.
Para Alfonsín y la Argentina, el episodio de La Tablada marcaba el inicio de un año agitado, durante el cual la capacidad de supervivencia de nuestra patria debería afrontar una dura prueba. El país seguiría en marcha, aunque al altísimo costo social impuesto por una política gubernamental innovadora, pero despiadada. En lo que a mí respecta, fue el año de emisión de mi primer voto y de mi consiguiente ingreso formal en la palestra cívica argentina.
Análogamente, este enero de 2007 marca el inicio de otro año agitado, susceptible de verse zarandeado por los vaivenes propios de un año electoral clave y extremadamente dependiente, para su estabilidad, de la perdurabilidad de la actual bonanza macroeconómica. También dependeremos mucho del grado de templanza ostentado por nuestro actual mandatario, cuyo punto débil es, desgraciadamente, la serenidad de espíritu, indispensable para asumir sus altísimas responsabilidades presidenciales. Sus ocasionales gestos grandilocuentes pueden costarnos caro y propiciar el retorno de un modus operandi político-gubernativo y socioeconómico menos agradable. Nuestra actual democracia es fuerte. Nuestra república, en cambio, ostenta alarmantes signos de debilidad. Fortalecer la república (necesidad ya subrayada por Luis Alberto Romero en 1997) sigue siendo una asignatura pendiente en nuestra nación. Bueno sería irse poniendo al día. Lamentablemente eso pinta poco viable en las actuales circunstancias.

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