Tuesday, December 30, 2008

Autocuidado

El 30 de diciembre de 2004, hace hoy cuatro años, el pavoroso incendio del local bailable porteño República de Cromañón segó las vidas de 194 personas, mayoritariamente muy jóvenes. La tragedia de Cromañón impulsó el cierre preventivo de los locales bailables porteños, dispuesto por el jefe de Gobierno comunal, doctor Aníbal Ibarra, reelecto el año precedente y posteriormente destituido por mandato legislativo bajo graves acusaciones de negligencia ligadas a la catástrofe.
Durante el tórrido verano porteño de 2004-2005, los adolescentes capitalinos se vieron privados de sus adorados "boliches". A fines de dicho estío, el Gobierno porteño levantó la veda sobre los locales bailables, cerrados con la presunta intención de emplazar a sus propietarios a reforzar los dispositivos de seguridad en sus establecimientos.
Entrevistada por un conocido medio periodístico porteño, una adolescente dijo estar contentísima de la reapertura de los boliches, cuya momentánea clausura la había obligado a pasarse el verano encerrada en el ciber. Quiero suponer que la joven reporteada no se había llevado ninguna materia a marzo, pasado de año sin haberse rateado ni macheteado y ganado honestamente unas buenas vacaciones.
Tiempo después, el grupo musical Callejeros, actuante en Cromañón en la noche del infausto suceso y judicialmente imputado como responsable del hecho, pretendió ser social y artísticamente rehabilitado mediante un recital en la capital cordobesa, que el intendente municipal de La Docta fue formalmente emplazado a prohibir. Para el evento se vendieron 14.000 localidades, mayoritariamente adquiridas por un público de edades similares a las de las víctimas fatales de Cromañón y aparentemente más preocupado por seguir las actuaciones del polémico conjunto que por repudiar la tragedia de Cromañón.
Cuesta creer que a un adolescente piense más en el boliche, el ciber o un recital que en la trágica defunción de decenas de chicos y muchachos de edades semejantes a la suya. Pero, lamentablemente, así es la sociedad argentina. Por supuesto, hay excepciones. Pero pocas. Como la de la colectividad judía, que, a raíz de los ataques terroristas contra la embajada israelí y la AMIA, la mayor tragedia civil porteña pre-Cromañón, decidió, inteligentemente, reforzar la seguridad de sus edificios.
A diferencia de otras sociedades contemporáneas, como la estadounidense o las sociedades del oeste europeo, o de otras sociedades latinoamericanas, como la chilena o la uruguaya, la sociedad argentina carece, con la honrosa excepción de la sociedad mendocina, de una cultura del autocuidado. Los argentinos no sabemos cuidar de nosotros mismos. Nuestros gobernantes paternalistas de los siglos XIX y XX (Juan Manuel de Rosas, Hipólito Yrigoyen, Juan Domingo Perón, los gobiernos de facto posteriores a 1930, Arturo Illia) nos enseñaron que los argentinos no necesitábamos aprender a cuidarnos, porque para eso estaba el Estado: para cuidarnos o hacernos creer que nos cuidaría. Nuestros gobernantes liberales (Bernardino Rivadavia, Bartolomé Mitre, Nicolás Avellaneda, Julio Argentino Roca, Marcelo Torcuato de Alvear, Arturo Frondizi, Carlos Saúl Menem y Fernando de la Rúa) y algún destacado colaborador suyo (como Domingo Felipe Cavallo) fracasaron estrepitosamente en su intento de morigerar el paternalismo gubernamental.
El tardopaternalismo kirchnerista-cristinista (con su inquietante tufillo a nepotismo, bien ganancial y construcción peligrosamente cerrada del poder, imprudentemente avalado por millones de votantes) no contribuye a mejorar esa irritante situación. La tragedia de Cromañón revela, en resumidas cuentas, que los argentinos no tendremos una sociedad y nación mejores mientras no nos desembaracemos responsablemente de esa fastidiosa férula. No será fácil lograrlo. Pero tampoco imposible. Ni, mucho menos, prescindible.

0 Comments:

Post a Comment

<< Home