Monday, January 17, 2011

El panóptico humano

En su novela autobiográfica Las tribulaciones del estudiante Törless, de 1906, el escritor austríaco Robert Musil refiere las peripecias de los adolescentes cadetes de una rigurosa escuela militar de Austria, cuya pacatería, propia de la época, induce a los jóvenes personajes de Musil a cultivar secretamente ciertos hábitos típicos de la adolescencia, como la iniciación sexual a cargo de prostitutas o las tendencias homoeróticas de ciertos adolescentes. Como en la Juvenilia de Miguel Cané, los jóvenes personajes de Musil deben componérselas para eludir el ojo avizor de un foucaultiano panóptico humano.
En mi época de católico practicante, extendida entre mis veintidós y veinticinco años, me llamaba permanentemente la atención la figura de un ojo avizor, enmarcada en un triángulo reproducido sobre un vitral emplazado a la altura del cielorraso de la capilla de mi parroquia. El ojo avizor pertenecía a Dios, a quien no se escapaba detalle alguno de los actos (virtuosos o pecaminosos) de Su máxima creatura, el ser humano. El triángulo representaba la Santísima Trinidad. Esa imagen ocupaba el sector más alto de la capilla, seguramente porque quería recordarse a la feligresía de mi parroquia que, desde el Cielo, el Señor vigilaba atentamente las acciones humanas.
Los adolescentes de Musil y Cané hacen de las suyas porque es en vano pretender la generación de un panóptico humano tan infalible como el panóptico divino. En términos de eficiencia, el panóptico humano es el panóptico más cercano al panóptico divino, pero no idéntico a este último. Incluso en términos panópticos debemos los seres humanos reconocer humildemente nuestra inferioridad respecto de Dios.

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