Monday, December 06, 2010

La maldición de los Borbones

Una extraña maldición parecería pesar desde antiguo sobre la dinastía franco-española de los Borbones.
En 1636, la maldición de los Borbones parecía haberse corporizado en la reina Ana de Francia, miembro de la rama hispánica de los Habsburgo, hermana de Felipe IV de España y emparentada por matrimonio con los Borbones en su condición de esposa del rey francés Luis XIII, con quien llevaba más de veinte años de vida conyugal sin poder engendrar un heredero para la corona francesa. La maldición de los Borbones recién pareció liberar al matrimonio real francés en 1638 y 1640, al nacer los dos hijos de la augusta pareja, el primero de los cuales estaba destinado a convertirse en el rey Luis XIV, salvo que se lo impidiera una semiletal dolencia física, contraída en 1647, felizmente superada y motivo de discreto regocijo para la familia Orleans, uno de cuyos miembros, tío del primogénito de Luis XIII, podría haber aspirado al trono galo de haber fallecido el futuro Rey Sol.
Luis XIV tuvo un larguísimo reinado, pero, poco antes de encomendar su alma a Dios, en 1715, debió presenciar el fallecimiento de su hijo, uno de sus nietos y uno de sus biznietos, convirtiendo en heredero del trono francés al futuro Luis XV, quien apenas contaba cinco años de edad al fallecer su augusto bisabuelo. Luis XV debió presenciar la muerte de su hijo y aguantar pacientemente la indiferencia de su nieto, el futuro Luis XVI, ante la boda del Delfín con la princesa austríaca María Antonieta, celebrada como asunto de Estado. A Luis XVI y María Antonieta no les esperaba un futuro más halagüeño. Su aparente incapacidad de engendrar un heredero varón amenazaba con dejar el trono francés en manos de los descendientes del hermano del rey. Finalmente, engendraron dos varones. Uno de ellos murió a temprana edad, con la Revolución Francesa en marcha. Al Delfín supérstite, la Señora Guillotina y la Primera República Francesa lo dejaron sin padres y sin trono, aunque su círculo privado lo llamase Luis XVII. La restauración borbónica de 1815, fruto del desmoronamiento del Primer Imperio, convirtió al añoso hermano de Luis XVI en el rey Luis XVIII, quien sólo disfrutaría del trono francés durante nueve años. Su sucesor Carlos X sería destronado por la revolución de 1830, que dejaría la corona francesa en manos de los Orleans, en la persona del rey Luis Felipe, único monarca Orleans de Francia, cuya felicidad apenas duraría dieciocho años, pues sería destituido por la proclamación de la efímera Segunda República Francesa. Ningún Borbón ocuparía ya el trono francés.
A los Borbones españoles las cosas no les resultarían más sencillas. En 1700, la extinción de la rama hispánica de los Habsburgo pareció allanar la ascensión al trono español del duque Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV. La coronación de Felipe costaría una Guerra de Sucesión española de trece años de duración, rematada en 1713 por la Paz de Utrecht.
Casi un siglo después, la invasión napoleónica de España interrumpió por unos años la continuidad de los Borbones en el trono español. Carlos IV y Fernando VII, víctimas cabales de la maldición de los Borbones, fueron forzados a abdicar en favor de José Bonaparte, hermano de Napoleón I, que asumió la corona española bajo el nombre de José I. Recuperado su trono, Fernando VII debió asumir su aparente incapacidad de engendrar un heredero varón para el trono español. En 1829 desposó a su sobrina y cuarta esposa, princesa italiana de la familia Farnesio, en un intento desesperado por engendrar un sucesor. Murió cuatro años después con dos hijas mujeres y ningún hijo varón, falencia inaceptable en una España que no consentía a sus reinas otro status que el de consorte del monarca. Fernando VII moría, por añadidura, despojado por añadidura de gran parte del imperio americano de sus predecesores, por obra del movimiento independentista hispanoamericano. Era menos afortunado que su sobrino y sobrino nieto de apellido Braganza, descendientes del rey portugués Juan VI y destinados a encabezar el vasto imperio brasileño durante gran parte del siglo XIX.
Al morir Fernando VII, España quedó sumida en el conflicto sucesorio conocido como las "guerras carlistas", libradas entre los partidarios de la primogénita de Fernando VII y los carlistas (seguidores del príncipe Carlos María Isidro, hermano del difunto rey). En 1844 logró hacerse una excepción a las prejuiciosas leyes sucesorias españolas y la jovencísima primogénita de Fernando VII asumió la corona española bajo el nombre de Isabel II. En las décadas de 1960 y 1970, los carlistas reaparecerían en escena al intentar infructuosamente que el Generalísimo Franco reviese su decisión de nombrar sucesor del Caudillo al actual rey de España, uno de cuyos primos carlistas desposaría a una nieta del dictador.
Isabel II también sería víctima de la maldición de los Borbones. En 1868, la invasión italiana de España situaría en el trono español al príncipe italiano Amadeo de Saboya, quien asumiría la corona española bajo el nombre de Amadeo I y sería desplazado de su cargo por la efímera Primera República Española de 1874-1875, cuya rápida disolución devolvería el trono español a los Borbones, en la figura del hijo de Isabel II, quien asumiría la corona española bajo el nombre de Alfonso XI.
En 1886, la esposa del rey español Alfonso XII enviudaba con el futuro Alfonso XIII en sus entrañas. El augusto bebé ascendería al trono español en 1902 y la maldición de los Borbones no le perdería pisada. En 1931, la proclamación de la Segunda República Española obligaría a Alfonso XIII a abdicar y a la familia real española a exiliarse en la Italia fascista, donde nacería el actual rey de España.
La derrota republicana en la Guerra Civil Española no facilitaría las cosas a los Borbones. El Generalísimo Franco se creyó con derecho a alterar a su antojo el orden sucesorio. Prometió una restauración monárquica a materializarse tras la muerte del Caudillo. Pero el trono español no quedaría para el hijo de Alfonso XIII, sino para su nieto, coronado rey de España en 1975 bajo el nombre de Juan Carlos I, cuyo padre abdicaría solemnemente sus derechos sobre la corona a favor de su hijo en 1977.
En épocas más recientes, la maldición de los Borbones pareció reaparecer en el seno de la familia real española. El príncipe Felipe de Asturias, hijo de Juan Carlos I, parecía destinado a morir soltero y sin heredero. En estos últimos años la cosa pareció mejorar con el casamiento y paternidad de Felipe. Pero, como su antepasado Fernando VII, el futuro Felipe VI sólo ha engendrado, hasta la fecha, hijas mujeres, en una España que ha estrenado el siglo XXI sin permitir que una mujer herede la corona. Una revisión de las leyes sucesorias podría modificar favorablemente la situación. Su omisión, ¿prolongaría ad infinitum la maldición de los Borbones? ¿Asistiría, en ese caso, la España del siglo XXI a unas segundas guerras carlistas, libradas, al morir Felipe VI, entre los partidarios del infante Florián, el mayor de los sobrinos varones de Felipe VI, y los seguidores de la primogénita de un Felipe VI sin descendencia masculina? En ese caso, ¿se empecinarían los descendientes de Carlos María Isidro en una trasnochada reivindicación de sus derechos al trono español? Una evolución mental puede ser un buen antídoto contra supersticiones estériles.

0 Comments:

Post a Comment

<< Home