Sunday, November 08, 2009

Columna light primavera 2009 (1)

Este año ya está viejito. Ya transita su undécimo mes. Y a un año de once meses hay que exigirle tan poco como a un nonagenario senil recluido en un hogar de ancianos. Sin embargo, nos empecinamos en exigir a los años viejos lo mismo que a un quinceañero en plena ebullición hormonal. Propongo un cambio al respecto: no exigirle tanto a los años viejos. Después del 30 de octubre nos agarra la loca de querer resolverlo todo. Calma, señores. Roma no se hizo en un día. Se sigue haciendo al día de hoy, a casi tres milenios de su fundación. ¿Y por casa cómo andamos? ¿No seguimos haciendo Buenos Aires, como propone el simpático slogan macrista? Uno también se cansa. Si lanzo esta columna light, es porque estoy demasiado agotado como para escribir en serio. Necesito, como el Alem de sus últimos días, hablar de pavadas con alguien que me escuche sin reírse de mí. No se me malinterprete. No pienso, como don Leandro, pedir un carruaje para ir al Club del Progreso y pegarme un tiro en el camino. Ya no circulan por Buenos Aires otros carruajes que los mateos del Rosedal, que, a diferencia del último carruaje de Alem, carecen de privacidad para el viajero. Don Arturo Frondizi, miembro del partido de Alem, prohibió la tracción a sangre en las ciudades durante su presidencia. ¿Cómo habría hecho Alem para pegarse un tiro en un taxi o remise? Su chofer se habría creído ante un asaltante. Habría salido en Crónica TV. Felices los tiempos de Alem. Sin radio, ni TV, ni Internet, ni celulares. Correos y telégrafos. ¿Teléfonos? Cosa de ricachones. Como ahora. Nada nuevo bajo el sol. Cuando Alem se tomó el buque, el cine estaba en pañales. Algún día deberíamos hacer paro tecnológico. 24, 48 horas de celulares, televisores, computadoras y radios rigurosamente apagadas. Y, en vez de mandarnos SMS, reunirnos en el bar de la esquina, a jugar al truco y tomar Fernet con ingredientes, como los personajes centrales del Diario de la guerra del cerdo, de don Adolfo Bioy Casares, con sus radios y teléfonos públicos eternamente descompuestos y sus diarios eternamente extraviados. ¿Para qué gastar 100 pesos mensuales en tarjetas de celular? ¿Para mandarnos pavadas a cada rato? Para eso están los blogs, hermano. A ver si alguien se acuerda de mí.

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