Wednesday, January 07, 2009

Por un mundo mejor

En la película estadounidense El día que la Tierra se detuvo, Jennifer Connelly personifica a la doctora Helen Benson, científica con una cotidianeidad nada envidiable. Debe afrontar diariamente las exigencias de su competitivo ámbito laboral y, ante todo, de una compleja vida hogareña. Su marido, militar caído en acción, le ha dejado por toda herencia a su pequeño y problemático hijastro afroestadounidense Jacob, huérfano de madre y padre desde temprana edad y fruto del primer matrimonio del difunto esposo de Helen. Jacob detesta a su madrastra, con quien afirma vivir sólo porque el fallecimiento de su progenitor no le ha dejado mejor opción.
La vida de Helen y Jacob experimenta bruscamente un giro copernicano cuando, al caer la noche, madrastra e hijastro son brutalmente separados por un descomunal operativo militar, montado en la puerta de su casa y portador de la orden gubernamental de trasladar precipitadamente a Helen a un destino ultrasecreto. Helen confía a Jacob a su vecina Isabel y aborda, bajo protesta, un vehículo semiblindado que la conduce a espeluznante velocidad por una autopista premeditadamente cerrada al tránsito general, sin lograr extraer a sus captores otra explicación que la de estar siendo movilizada por una cuestión de “seguridad nacional”.
El misterioso rodado deposita a Helen en un imponente edificio de la NASA, custodiado por un megaoperativo militar digno de una Tercera Guerra Mundial. Allí, se le informa que un descomunal meteorito impactará en menos de dos horas contra Manhattan, poniendo en riesgo ocho millones de vidas. A Helen y sus colegas se los enfunda precipitadamente en unos sofisticados trajes protectores y embarca con idéntica premura en helicópteros militares.
Helen aterriza en el neoyorquino Central Park al tocar tierra el temido “meteorito”, consistente, en realidad, en una gigantesca y misteriosa esfera de acuoso aspecto. La esfera alberga una descomunal y metálica figura antropomórfica, que reacciona violentamente contra los disparos de las armas de los efectivos militares de seguridad, cuyos jefes optan preventivamente, ante la virulenta reacción del colosal androide, por ordenar un cese de fuego.
El extraño visitante viaja en compañía de un sospechoso sujeto, velocísimamente transportado, herido de bala, a un centro médico del ejército, bajo estrictísimas medidas de bioseguridad y vigilado por efectivos militares armados hasta los dientes. Con su apariencia física evitablemente humanizada por un cirujano, el alienígena es sometido a un estrecho interrogatorio por Regina Jackson, una severa secretaria de Defensa estadounidense interpretada por Kathy Bates y virtualmente convertida en la dictadora absoluta de su país, debido al precipitado traslado a sitios ultrasecretos de máxima seguridad del presidente y vicepresidente de los Estados Unidos. Mientras tanto, distintos puntos de la geografía terrestre reciben la visita de esferas similares a la aterrizada en el Central Park, provocando el pánico bursátil a escala mundial y promoviendo multitudinarias cadenas internacionales de oración, dirigidas por dirigentes espirituales de la talla del Papa Benedicto XVI.
El extraterrestre, interpretado por Keanu Reeves, dice llamarse Klaatu y pretender la aniquilación de la Humanidad en aras de la Tierra. Solicita autorización, tajantemente denegada por la intransigente señora Jackson, para dirigirse a los jefes de Estado reunidos cerca del centro de reclusión del perturbador visitante interplanetario.
Discretamente alentado por Helen, Klaatu huye de su prisión, disimulado bajo la indumentaria de un polígrafo, despojado de su vestimenta callejera por obra de los extraños poderes del inquietante alienígena. La evasión de Klaatu subleva previsiblemente a la autoritaria secretaria de Defensa, quien ordena inmediatamente su captura.
El polémico fugitivo pronto se comunicará telefónicamente con su protectora, quien recogerá inmediatamente a su protegido, al volante de su automóvil, en una terminal ferroviaria copada por una multitud enardecida por la preventiva suspensión del servicio de trenes, cuyo causante directo ingiere plácidamente un sabroso sándwich de atún, silenciosamente obtenido de una expendedora automática, a metros de sus indignados damnificados, obviamente ignorantes de su presencia. Helen y Klaatu devoran kilómetros en compañía del problemático Jacob, quien recela tanto del protegé de su madrastra como de esta última.
Helen conduce a Klaatu ante el profesor Barnhardt, Premio Nobel encarnado por John Cleese, aparentemente capaz de ayudar al controversial visitante intergaláctico y eclipsado por este último en lo tocante a la resolución de complejísimas operaciones físico-matemáticas. Serenamente sondeado por Barnhardt, Klaatu ratifica su intención de exterminar a la especie humana, a su entender responsable de los graves daños ambientales infligidos contra la Tierra, y sentencia, con terrorífica nitidez y aplomo, que el principal problema de la Humanidad no es la tecnología, sino la Humanidad misma.
Mientras Helen, Klaatu y Barnhardt negocian los destinos de nuestra especie, Jacob, relegado a un sofá, comprende, a través de un aviso televisivo, que el protegido de su madrastra es un prófugo de la justicia. Jacob notifica discretamente su paradero a una línea telefónica habilitada a tales efectos por las autoridades gubernamentales, actitud que lamentará cuando un helicóptero militar intercepte a Helen, conduciéndola ante la implacable señora Jackson, quien la hará encerrar en una celda de castigo bajo sospecha de colaboracionismo, separándola nuevamente de su hijastro y exponiéndola a ser taladrada junto al gigantesco androide de Klaatu en las instalaciones de la NASA.
Jacob y Klaatu, librados a su suerte, hacen rápidamente las paces. Ingresan en una casa evacuada y utilizan un vetusto teléfono de pared para contactarse con Helen. La señora Jackson la autoriza reticentemente a reencontrarse con Klaatu ante el sepulcro del padre de Jacob. El reencuentro se produce en el lugar acordado, donde Klaatu apelará a sus poderes taumatúrgicos para salvar a Jacob de una muerte segura. Posteriormente, el alienígena abandona la Tierra a bordo de una de las inmensas esferas posadas sobre nuestro planeta, habiendo aceptado conmutar su sentencia de muerte contra la Humanidad por una descomunal lluvia mundial de cenizas y un catastrófico apagón global. El mundo queda ceniciento, a oscuras e incomunicado.
El día que la Tierra se detuvo no es una simple película de ciencia ficción. Es, a su modo, un film político. Denuncia a su manera el catastrófico legado nacional e internacional de la segunda Administración Bush. Denuncia el atropello de la mal llamada dirigencia “bien pensante” contra ciertos sectores sociales (mujeres, individuos de color, niños) y, en líneas generales, contra el pensamiento alternativo. En vísperas de la asunción presidencial de Barack Obama, la figura de Jacob, hijo de una víctima fatal estadounidense de la ridícula “cruzada antiterrorista” del actual gobierno saliente de la Unión, nos recuerda la posibilidad de cifrar en elementos tradicionalmente marginales la solución de los peores errores de sus discriminadores. El día que la Tierra se detuvo nos recuerda que quizá estemos ante una buena oportunidad para regenerar la perversa especie humana.

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