Thursday, December 10, 2009

Sin salud comprada

El 10 de diciembre de 1948, la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas aprobaba la Declaración Universal de los Derechos Humanos. No se trataba de un pronunciamiento ocioso. Hacía menos de cuatro años que concluyera el tristemente célebre Holocausto nazi, gigantesco y sistemático atropello a los derechos más elementales del ser humano. Treinta y cinco años después, el doctor Raúl Alfonsín, fallecido el 31 de marzo de 2009, asumía la jefatura del Estado Nacional argentino, responsable, bajo sus titulares de facto del periodo procesista, de dantescas violaciones a los Derechos Humanos y del más funesto atropello al orden político-institucional, socioeconómico y cultural asestado a nuestra patria durante la era golpista iniciada en 1930.
Desde 1983 nuestro país ha recorrido un trayecto largo y accidentado, pero nada infructuoso. Mal que mal, hemos tenido gobiernos legítimos y a su modo dispuestos a situar a la Argentina a la par de los vertiginosos requerimientos de las últimas décadas. Gobiernos tan ricos en aciertos como en desaciertos, que lograron hacer entender al argentino promedio la regla de oro enunciada años atrás por Ricardo Balbín: "El peor gobierno civil es preferible al mejor gobierno militar". Atrás quedaron los años en los cuales muchedumbres peligrosamente ingenuas abarrotaron la Plaza de Mayo para aplaudir la consagración de un José Félix Uriburu o de un Eduardo Lonardi, celebrar el triunfo argentino en el Mundial-tapadera de Videla & Cía. o alentar la absurda aventura malvinense promovida por un Leopoldo Fortunato Galtieri. Atrás quedaron (o, al menos, así lo espero) los años de la "plaza vacía" menemista, postulada por Maristella Svampa y Danilo Martuccelli en su libro homónimo y dramáticamente convertida, por obra de los "pobres ciudadanos" postulados por Denis Merklen, en la plaza de diciembre de 2001. Durante esta década a punto de terminar, reapareció ese maravilloso "pueblo de la plaza pública" postulado por Bartolomé Mitre, que, según la narración en off de La República perdida II, ha ido a la plaza desde 1810, aunque lo corrieran a palos. Cacerolazos, piqueteros, blumberguistas, kirchneristas, ruralistas... Bajo distintos atavíos, un pueblo se ha hecho presente otra vez, tras la inexplicable apatía de la década de 1990.
Pero no nos durmamos en los laureles. El golpe de Estado hondureño de junio de 2009 nos recordó que la democracia latinoamericana no tiene la salud comprada, por mucho que se la robustezca.

0 Comments:

Post a Comment

<< Home