Sunday, July 29, 2007

La aceptación recíproca de la legitimidad

"Es para Filmus que lo mira por TV", cantaba excitadamente un grupo de simpatizantes del partido centroderechista Propuesta Republicana (PRO) en la noche del 24 de junio de 2007, tras confirmarse la elección de Mauricio Macri como jefe de Gobierno porteño. El presidente de Boca Juniors, presente en el acto, reprendió suavemente a sus seguidores, sentenciando: "Eso no es PRO". Quizá Macri (a quien nunca voté) jamás leyó el polémico ensayo La larga agonía de la Argentina peronista, en el cual Tulio Halperín Donghi define a la denegación recíproca de legitimidad como un mal permanente de la historia argentina. Quizá sin proponérselo, el futuro Lord Mayor capitalino quiso ponerle un modesto coto a esa enojosa tendencia.
A lo largo de nuestra historia independiente, la vida política argentina ha estado, efectivamente, signada por una marcada antítesis entre las principales corrientes de opinión. Cada una de ellas ha tendido a negar que las demás tendencias pudiesen tener razón en algo. Esa antinomia llegó a adquirir ribetes sanguinarios. La denegación recíproca de legitimidad entre unitarios y federales se tradujo, en los hechos, en una virtual guerra civil entre ambos bandos, agravada por la intransigencia del régimen rosista y el apoyo internacional a la causa unitaria. Posteriormente, el radicalismo alemnista e yrigoyenista negó reiteradamente la validez de los postulados conservadores. Tras el derrocamiento de Yrigoyen, el conservadurismo intentó ahogar políticamente al radicalismo, mediante el fraude electoral, obligando a los radicales a pactar los términos de su supervivencia con la inescrupulosa dirigencia conservadora. Durante sus dos primeras presidencias, el peronismo retaceó sistemáticamente los espacios públicos de sus opositores. Tras el derrocamiento de Perón, los peronistas debieron soportar las proscripciones dictadas en su contra por el llamado "partido militar", que sólo permitió que los dirigentes radicales Arturo Frondizi y Arturo Illia accediesen a la Casa Rosada a través de comicios signados por la proscripción del peronismo y el cisma radical. La decisión del presidente Illia de rehabilitar plenamente al peronismo, tomada en 1965, propició el derrocamiento del mandatario radical, perpetrado por el general Juan Carlos Onganía, rápidamente convertido en el primer dictador del siglo XX argentino que intentó silenciar totalmente la actividad política en nuestro país, aunque sin la saña despiadada que caracterizaría, en lo tocante en dicho punto, al gobierno del Proceso de Reorganización Nacional.
En vísperas de la elección presidencial de Raúl Alfonsín, concretada el 30 de octubre de 1983, el polémico dirigente peronista Herminio Iglesias incendió públicamente el célebre "átaud radical". Se trataba de un pequeño pseudoféretro con las siglas de la Unión Cívica Radical (UCR) estampadas en su cubierta. Iglesias creía ingenuamente que el peronismo derrotaría fácilmente al radicalismo en los inminentes comicios y quiso expresar su convicción mediante un acto simbólico. Cuarenta y ocho horas después, Alfonsín derrotaba por amplio margen a su rival peronista Italo Argentino Luder y el radical Alejandro Armendáriz privaba a su contrincante Iglesias de la primera magistratura bonaerense, considerada, no sin cierta razón, como un bastión peronista. En vísperas de la elección presidencial del 14 de mayo de 1989 (en la cual emití mi primer voto), el peronismo hizo televisar sendos spots publicitarios con alusiones poco decorosas al candidato presidencial radical Eduardo Angeloz y a su correligionario César Jaroslavsky. Poco después, el riojano Carlos Saúl Menem arrebataba, por amplio margen de sufragios, la primera magistratura federal al gobernador cordobés.
En vísperas de la elección presidencial del 14 de mayo de 1995, la denegación recíproca de legitimidad se convirtió en una denegación unilateral. El peronismo (que promovió exitosamente la reelección del presidente Menem) hizo oídos sordos a la campaña difamatoria lanzada en su contra por el radicalismo y frepasismo. En vísperas de las elecciones legislativas del 26 de octubre de 1997, celebradas en plena crisis del menemismo, radicales y frepasistas se coaligaron exitosamente contra el jaqueado partido gobernante. Alentados por su éxito, repitieron exitosamente su fórmula en la elección presidencial del 24 de octubre de 1999. El experimento "aliancista" concluyó con la bochornosa caída del presidente radical Fernando De la Rúa (consumada el 20 de diciembre de 2001, tras la victoria peronista en las elecciones legislativas del 14 de octubre del mismo año).
En vísperas de la elección porteña de junio de 2007, el actual partido gobernante incurrió en una denegación unilateral de la legitimidad de sus dos principales rivales (el macrismo y el partido del ahora jefe de Gobierno porteño saliente). El kirchnerismo, en su afán por presentarse como paladín del "anti-noventismo", pareció olvidar la lección de sentido común brindada por el menemismo en vísperas de los comicios presidenciales de 1995. Y así le fue.
Es evidente que la Argentina no podrá superar su actual crisis político-institucional mientras no reemplace la denegación de legitimidad (recíproca o unilateral)por una plena aceptación recíproca de la legitimidad, regla dorada de la democracia. Lamentablemente ello no pinta actualmente factible.

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