Saturday, May 07, 2011

El efecto agenda

Nací en 1970. Durante la década iniciada ese año, vi cómo muchos niños de mi generación no asistían al jardín de infantes. O sólo asistían un año. Yo mismo figuré entre esos niños. El preescolar y la salita de 4 obligatorias recién nacerían, respectivamente, en 1980 y 2007, así que muchos cogeneracionales míos recién pisaban una escuela por vez primera a la edad de seis años, al iniciar su educación primaria, obligatoria por ley desde 1884. Crecí entre abuelos sin estudios secundarios, que recién se tornarían obligatorios por ley en 2007.
Ese régimen educacional relativamente benigno empezó a ser cuestionado hacia 1985, cuando la democratización del ingreso a la segunda enseñanza instó a muchos adultos a incitar a los adolescentes de mi generación a finalizar sus estudios secundarios, aunque aún faltasen alrededor de dos décadas para que la Ley Nacional de Educación declarase formalmente la obligatoriedad de la enseñanza media en todo el país. Por esos años, también empezó a democratizarse el acceso a la educación superior y muchos cogeneracionales míos consideraron seriamente la posibilidad de cursar estudios terciarios y/o universitarios, otrora reservados a una minoría social selecta.
Durante la década de 1990, una prima hermana de mi madre se convirtió en madre de dos hijas y un hijo, nacidos, respectivamente, en 1990, 1993 y 1998. Mis primos segundos empezaron a asistir al jardín de infantes a los dos años, y no dejaron de asistir un solo día hasta su ingreso al preescolar. Mis primas segundas tienen ahora 18 y 21 años y cursan sus estudios superiores en la Universidad de Buenos Aires. Su hermano de 13 años acaba de iniciar sus estudios secundarios en una escuela industrial de jornada completa, desafío nada despreciable para un cuasi-infante y alternado, en el caso de mi primo, con prácticas de rugby, deporte con fama de exigente.
Las diferencias entre mis primeras décadas y las de mis primos segundos me inducen a postular, quizá algo pomposamente, la introducción de un "efecto agenda" en la cotidianeidad humana, materializado en el no muy extenso interregno cronológico comprendido entre mi décimoquinto cumpleaños y el temprano inicio de la escolaridad de mis primos segundos. Efecto actualmente perceptible desde la franja etaria más temprana. Recientemente descubrí, en Montserrat, un jardín maternal del gobierno porteño, ¡para niños de 45 días a dos años de edad! ¿Un niño de un mes y medio matriculado en un jardín maternal? ¿Asistirá a ese jardín mi primer sobrino, cuyo nacimiento están esperando sus futuros padres, vecinos de Montserrat? Si esto sigue así, dentro de poco, las salas de partos funcionarán en los jardines maternales. Sí, ya sé, muchas madres de la actualidad deben trabajar nueve horas diarias para alimentar a sus hijos, no pueden pagar niñeras o no consiguen una lo suficientemente confiable. Pero un niño no es un paquete; es un ser humano requerido de cuidados constantes por parte de sus mayores.
Del jardín maternal al jardín de infantes. Del jardín de infantes al preescolar. Del preescolar a la escuela primaria. De la escuela primaria a la escuela secundaria, con eventuales escalas estivales en la colonia de verano. De la escuela secundaria a la Universidad, terciario y/o trabajo. Del trabajo a la jubilación. De la jubilación al cementerio, con eventuales escalas en el centro de jubilados y el hogar de ancianos.
Con su fría falta de Humanidad, el "efecto agenda" atraviesa inexorablemente toda etapa vital del mundo actual, sin que nadie parezca dispuesto a patearle el tablero y recordarle que los seres humanos no somos el androide personificado por Robin Williams en la deliciosa película futurista "El hombre bicentenario". ¿Será ese el futuro de la Humanidad? ¿Un futuro de seres humanos robotizados? En "El hombre bicentenario", Robin Williams apela a la tecnología de los siglos XXI y XXII para humanizar su estructura robótica. Pero se vuelve mortal. Y muere. Como mueren muchos seres humanos de la actualidad, víctimas del efecto agenda.
Promover alternativas al "efecto agenda" constituye la actual prioridad para los promotores de una vida mejor. Suena difícil. Pero no imposible. Y mucho menos prescindible. Si desechamos esa posibilidad, la robotización de la Humanidad terminará prevaleciendo sobre la profundización de su humanización, generando un mundo de autómatas.

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