Friday, December 18, 2009

Emancipando a Oskar Matzerath

En su singularísima novela El tambor de hojalata, magistralmente cinematografiada por su compatriota Volker Schlöndorff y recientemente releída por quien suscribe, el genial escritor alemán Günter Grass, merecido Premio Nobel de Literatura, narra, alternando la primera y tercera personas gramaticales, las desventuras de Oskar Matzerath. Durante el primer trienio del decenio de 1950, Matzerath, singular alemán nacido en 1924 en Danzig, en el límite geográfico germano-polaco, cuenta su vida desde una clínica psiquiátrica, donde ha sido recluido para eximirse del presidio por el crimen que, quizá erróneamente, se le adjudica. En 1927, Matzerath, quien ese día cumplía tres años, cayó accidentalmente al sótano de su casa natal y renunció a crecer. Se negó tozudamente a ir a la escuela y se apegó fortísimamente a tambores de hojalata de juguete, periódicamente reemplazados, alternando sus catarsis percusionistas con actos vitricidas. Experimenta continuas confusiones de parentesco, preguntándose si no será hijo de su tío y padre de su hermanastro. Medirá apenas 94 centímetros hasta arrojarse impulsivamente sobre el átaud de su presunto padre, el filonazi Alfredo Matzerath, suicidado en 1945 ante las tropas rusas. Ese acto de arrojo lo dejará jorobado y lo hará alcanzar la estatura de 121 centímetros. Intentará trabajar como grabador de lápidas y modelo pictórico. Alcanzará fama y riqueza como percusionista. Durante la Segunda Guerra Mundial, recorrerá Europa con un grupo de cómicos liliputienses, para entretener a las tropas alemanas. Finalmente, en 1954, con treinta años recién cumplidos, logrará huir de su clínica psiquiátrica y llegar a París, donde será interceptado, al descender del tren, por dos agentes de Interpol, quienes lo obligarán a regresar a su nosocomio mental alemán.
Durante estas últimas semanas, el Congreso argentino ha aprobado una ley de mayoría de edad y otra de salud mental. La primera reduce de 21 a 18 años la edad para acceder a la mayoría de edad. La segunda contiene una cláusula inquietante, solapada promotora de la cuestionada desmanicomialización del enfermo mental.
No soy abogado, ni psiquiatra.
Apruebo hace mucho tiempo el otorgamiento de la mayoría de edad a los 18 años. Encuentro ridículo considerar menor a un joven que, a los 18 o 19 años, puede, según sus mayores, colaborar en una tarea de tanta responsabilidad como la elección del Presidente de la República. Lo digo como un argentino obligado a soportar la minoría de edad hasta una edad injustificablemente tardía.
También encuentro ridículo (o al menos injusto) imponer un régimen carcelario al enfermo mental.
Pero también sé que leyes como las mencionadas, por justas que sean o parezcan, son una burla sin su correspondiente correlato sociocultural. La Argentina de 2009 parece una nación de Oskares Matzerath. Para otorgar libertades como las promovidas por las leyes mencionadas en estas líneas, debemos, ante todo, enseñar a ejercerlas responsablemente. ¿Tenemos quién pueda enseñar a hacerlo?

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