Jóvenes, a las urnas
El dictador Juan Carlos Onganía pretendió despolitizar a rajatabla la sociedad argentina y, en particular, a la juventud, como lo prueba la "Noche de los Bastones Largos", desmesurado acto represivo contra las agrupaciones políticas estudiantiles (aunque también contra el conjunto de la comunidad universitaria). Disolvió los partidos políticos y confiscó sus bienes, pretendiendo reemplazarlos por consejos socioeconómicos a la usanza franquista. El tiro le salió por la culata. La politización del movimiento sindical condujo al "Cordobazo", pronunciamiento de todos los sectores de la sociedad cordobesa, incluyendo a los partidarios del gobernador Carlos Caballero, designado por Onganía. Por entonces irrumpían en escena las organizaciones políticas armadas de orientación peronista de izquierda (Montoneros, ERP), cuyo accionar tendría consecuencias funestas para la Argentina. En 1970, Onganía fue destituido por sus comitentes, los comandantes en jefe de las Fuerzas Armadas, entre quienes descollaba la figura del titular del Ejército, general Alejandro Agustín Lanusse, considerablemente más politizado que el exonerado gobernante de facto. En 1971, tras el insípido interinato presidencial del general Roberto Marcelo Levingston, Lanusse asumió, también de facto, la primera magistratura argentina, promoviendo una inequívoca apertura política, jalonada de una creciente oleada de violencia política mayoritariamente protagonizada por jóvenes militantes peronistas de izquierda y rematada por la asunción presidencial del peronista Héctor José Cámpora, producida el 25 de mayo de 1973. Cuarenta y nueve días después, el presidente Cámpora y el vicepresidente Vicente Solano Lima dimitían en favor de Raúl Lastiri (presidente de la Cámara de Diputados y yerno del polémico ministro José López Rega, designado por Cámpora al frente de la cartera de Bienestar Social). Lastiri asumió interinamente la presidencia, convocando nuevas elecciones presidenciales, celebradas el 23 de septiembre de 1973 con el rotundo triunfo de la fórmula presidencial encabezada por el septuagenario ex presidente Juan Domingo Perón, quien acababa de concluir su largo exilio y volvía a la Casa Rosada dieciocho años después de su derrocamiento, llevando como vicepresidente a su tercera esposa, María Estela Martínez de Perón, cuadragenaria y políticamente inepta. El 1º de julio de 1974, tras ocho meses y diecinueve días de mandato, Perón fallecía, dejando, en las torpes manos de su viuda, una situación difícil, en la cual la violencia de las agrupaciones políticas juveniles no cedía. López Rega montó entonces la tenebrosa Alianza Anticomunista Argentina (más conocida como Triple A), que, según informes recientes, habría exterminado a unas 2000 personas. La situación se agravó irreversiblemente cuando la inepta presidente (conocida como Isabel)delegó la jefatura del Ejército en el general Jorge Rafael Videla, partidario del exterminio liso y llano de la violencia armada de los sectores civiles, que el 24 de marzo de 1976 derrocó a la viuda de Perón, asumiendo pocos días después como presidente de facto del Proceso de Reorganización Nacional.
El nuevo régimen militar persiguió la actividad política con una saña muy superior a la desplegada en su momento, en lo tocante a ese punto, por el "Onganiato". Los centros clandestinos de detención de la nueva dictadura engullieron implacablemente a miles de activistas políticos del primer quinquenio del decenio de 1970 (muchos de ellos jóvenes), conceptuados como "subversivos" por el régimen y pronto bautizados como "desaparecidos". Impresionado por la ferocidad de la represión, el argentino promedio procuró sobrevivir modestamente, mientras millares de sus conciudadanos eran condenados al exterminio o al destierro. Los golpistas de 1930 se habían conformado con tratar de silenciar al radicalismo. Los golpistas de 1955 y 1962 habían intentado acallar al peronismo. Ninguno de ellos había alcanzado esos extravagantes objetivos y, en líneas generales, no había estorbado a los demás elementos políticos. La despolitización promovida por el "Onganiato", tal como se ha señalado, tuvo un éxito relativo y su instrumentación fue relativamente incruenta. La despolitización promovida por el Proceso de Reorganización Nacional fue sanguinaria y, si bien la dictadura debió, tras el revés de Malvinas, rehabilitar los partidos políticos y convocar a elecciones, el macabro operativo no fue enteramente infructuoso. A partir de 1983, se hizo evidente que, pese a una reapertura democrática hasta hoy revelada como definitiva, la juventud argentina sería considerablemente menos política que en épocas anteriores. La fiabilidad de la política convencional se vio duramente jaqueada por los reveses macroeconómicos del decenio de 1990 y primer bienio de la actual década (producto de la errónea política socioeconómica neoliberal de las administraciones menemista y aliancista, integradas por representantes de los tres partidos políticos mayoritarios de la Argentina de la pasada década). Al estallar la crisis de diciembre de 2001, esos partidos habían caído en un cuadro de atomización que, hasta el día de hoy, ha parecido irreversible.
Esa compleja situación (sumada a la salvaje despolitización promovida por la última dictadura y su correlato)ha generado una juventud "pasota", como se la llamaría en España, si bien hay, como era previsible, ciertas excepciones. Ese cuadro pinta inquietante en un año electoral tan importante como este 2007, en el cual miles de jóvenes argentinos emitirán su primer voto, como lo hiciese quien suscribe casi dos decenios atrás. Es necesario que adviertan que el sufragio, si bien la democracia y política no se agotan en él, resulta fundamental para decidir el futuro de una nación y su pueblo, y que no es una mera formalidad administrativa, destinada a satisfacer ambiciones egoístas de dirigentes inescrupulosos, por muy innegable que sea la existencia de la corrupción política (que, dicho sea de paso, no es un invento argentino; ya existía en la antigua Roma). Por eso recomiendo a los nuevos votantes que no se dejen tentar por estereotipos engañosos ni soluciones escapistas (como el voto en blanco o impugnado, el sufragio favorable a agrupaciones políticas irrelevantes o la abstención electoral). Informándose debidamente se puede saber por quién votar. Ojalá todo votante novel lo haga.
El nuevo régimen militar persiguió la actividad política con una saña muy superior a la desplegada en su momento, en lo tocante a ese punto, por el "Onganiato". Los centros clandestinos de detención de la nueva dictadura engullieron implacablemente a miles de activistas políticos del primer quinquenio del decenio de 1970 (muchos de ellos jóvenes), conceptuados como "subversivos" por el régimen y pronto bautizados como "desaparecidos". Impresionado por la ferocidad de la represión, el argentino promedio procuró sobrevivir modestamente, mientras millares de sus conciudadanos eran condenados al exterminio o al destierro. Los golpistas de 1930 se habían conformado con tratar de silenciar al radicalismo. Los golpistas de 1955 y 1962 habían intentado acallar al peronismo. Ninguno de ellos había alcanzado esos extravagantes objetivos y, en líneas generales, no había estorbado a los demás elementos políticos. La despolitización promovida por el "Onganiato", tal como se ha señalado, tuvo un éxito relativo y su instrumentación fue relativamente incruenta. La despolitización promovida por el Proceso de Reorganización Nacional fue sanguinaria y, si bien la dictadura debió, tras el revés de Malvinas, rehabilitar los partidos políticos y convocar a elecciones, el macabro operativo no fue enteramente infructuoso. A partir de 1983, se hizo evidente que, pese a una reapertura democrática hasta hoy revelada como definitiva, la juventud argentina sería considerablemente menos política que en épocas anteriores. La fiabilidad de la política convencional se vio duramente jaqueada por los reveses macroeconómicos del decenio de 1990 y primer bienio de la actual década (producto de la errónea política socioeconómica neoliberal de las administraciones menemista y aliancista, integradas por representantes de los tres partidos políticos mayoritarios de la Argentina de la pasada década). Al estallar la crisis de diciembre de 2001, esos partidos habían caído en un cuadro de atomización que, hasta el día de hoy, ha parecido irreversible.
Esa compleja situación (sumada a la salvaje despolitización promovida por la última dictadura y su correlato)ha generado una juventud "pasota", como se la llamaría en España, si bien hay, como era previsible, ciertas excepciones. Ese cuadro pinta inquietante en un año electoral tan importante como este 2007, en el cual miles de jóvenes argentinos emitirán su primer voto, como lo hiciese quien suscribe casi dos decenios atrás. Es necesario que adviertan que el sufragio, si bien la democracia y política no se agotan en él, resulta fundamental para decidir el futuro de una nación y su pueblo, y que no es una mera formalidad administrativa, destinada a satisfacer ambiciones egoístas de dirigentes inescrupulosos, por muy innegable que sea la existencia de la corrupción política (que, dicho sea de paso, no es un invento argentino; ya existía en la antigua Roma). Por eso recomiendo a los nuevos votantes que no se dejen tentar por estereotipos engañosos ni soluciones escapistas (como el voto en blanco o impugnado, el sufragio favorable a agrupaciones políticas irrelevantes o la abstención electoral). Informándose debidamente se puede saber por quién votar. Ojalá todo votante novel lo haga.
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