Friday, May 04, 2007

Argentinas, a las urnas

En 1947 (hace ya sesenta años), la Argentina sancionaba su ley de voto femenino, otorgando a sus mujeres un derecho que las leyes electorales de 1821 y 1912 reservaban al varón. Concluía así la larga lucha de las sufragistas argentinas, entre quienes figurasen personalidades como Elvira Rawson de Dellepiane y Alicia Moreau de Justo. En 1920 había tenido lugar, en Buenos Aires, un simulacro de voto femenino, mayoritariamente dirimido a favor del socialismo. En lo sucesivo, la mujer argentina votaría en serio, como lo haría fehacientemente en las elecciones presidenciales del 11 de noviembre de 1951. La reforma constitucional de 1949 permitió que el presidente Juan Domingo Perón apostase triunfalmente por su reelección inmediata. En los comicios presidenciales del 24 de febrero de 1946, Perón, votado exclusivamente por sus congéneres, había cosechado un millón y medio de votos, que, debido a la creación del electorado femenino, se convirtieron, en pocos años, en cuatro millones. El surgimiento del votante femenino, sumado al crecimiento demográfico, motivaría que, en lo sucesivo, los sufragios totalizasen cifras inéditas.
Empero, entre 1955 y 1983, la mujer argentina no podría ejercer regularmente su derecho de voto, tan trabajosamente obtenido. Tampoco podría hacerlo su compañero. Se lo impedirían los derrocamientos de Perón, Frondizi, Illia e Isabel, la proscripción del peronismo (decretada por la Revolución Libertadora y mantenida hasta 1965), el cisma radical de 1956 y la férrea veda política impuesta por el Onganiato y el Proceso de Reorganización Nacional. Con la sola excepción de los comicios presidenciales de 1973, los documentos de identidad de mis mayores pasaron largos años cajoneados, sin ostentar sellos electorales estampados en comicios honestos y regulares.
Los comicios presidenciales de 1983 quebraron saludablemente esa fastidiosa tendencia. Treinta y seis años atrás, la mujer argentina, tras cuatro décadas de lucha sufragista, había sido, en lo tocante al voto, legalmente equiparada con su sexo opuesto. Ahora le llegaba la oportunidad de ejercer regularmente ese sagrado derecho.
En 1991 mi hermana emitió su primer voto. Dieciséis años han transcurrido desde entonces. Años en los cuales las mujeres de su generación han podido ejercer regularmente un derecho frecuentemente denegado a sus madres y abuelas. Les sugiero que lo defiendan perseverantemente, en homenaje a sus predecesoras, que tanto debieron luchar para poder concurrir regularmente a sus centros de votación. En este importante año electoral, esa es la mejor contribución posible de la mujer argentina a la buena marcha de nuestra actual democracia, tan penosamente conquistada y mantenida.

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