Sunday, May 06, 2007

Abuelos, a las urnas

La legislación electoral argentina exime del voto obligatorio a toda persona mayor de 70 años. Ello explica la escasa presencia de electores de tercera edad en los actos comiciales. Sin embargo, la participación electoral del adulto mayor bien podría ser mayor. La ancianidad no debería impedir que el ciudadano siga elucubrando y expresando su pensamiento político.
Una persona que este año cumpla 70 años nació, como es fácil colegir, en 1937. Ello implica que emitió su primer voto en las elecciones constituyentes de 1957 o presidenciales de 1958, celebradas pocos años después del derrocamiento del presidente Juan Domingo Perón y en medio de la proscripción del peronismo decretada por el gobierno de facto de la Revolución Libertadora y mantenida hasta la plena rehabilitación legal del peronismo, formalizada en 1965. Asumamos que en 1958 votase por Arturo Frondizi. Ello le implicaba emitir un voto devaluado por el silenciamiento del peronismo (que instase a Perón a ordenar a sus seguidores, desde su exilio en Caracas, que votasen por Frondizi), el cisma radical y la tutela militar, esta última responsable del permanente acoso castrense padecido por el presidente Frondizi y de su derrocamiento en 1962.Asumamos que en 1963 votase por Arturo Illia. Voto devaluado por el silenciamiento del peronismo (que, en señal de protesta, inundó las urnas de votos en blanco)y la elección de un presidente Illia ungido por un magro porcentaje de sufragios. El gobierno de la Revolución Argentina, sucesor ilegítimo del endeble Illia, privó a ese elector del derecho de voto durante siete años, hasta la restauración constitucional de 1973. El Proceso de Reorganización Nacional lo haría por otros siete años. A esas cifras escalofriantes debe agregarse que las últimas elecciones pre-Onganía se celebraron en 1965 y que la Argentina no celebró comicio alguno entre septiembre de 1973 y marzo de 1976. El votante clase 1937 recién volvería a votar regularmente en 1983, ¡tras dieciocho años sin poder hacerlo!
A ello debe sumarse el apoyo explícito o implícito de muchos ancianos de la actualidad a los golpes de Estado, que debería instarlos a un mea culpa de la vejez. En 1955, el votante clase 1937 ya tenía 18 años, edad suficiente para sumarse a los antiperonistas que celebraron públicamente el derrocamiento de Perón. En 1962, 1966 y 1976 ya tenía edad suficiente para figurar entre quienes avalaron silenciosamente las destituciones de Frondizi, Illia y la viuda de Perón. En 1989, 1995 y 1999, muchos de esos electores figuraron entre los votantes que avalaron, quizá ingenuamente, la imposición de la polémica política socioeconómica neoliberal de las administraciones menemista y aliancista, entre quienes me avergüenzo actualmente de figurar.
Pero en fin, errar es humano y nunca es tarde para aprender de un error. Ya durante la crisis militar de la Semana Santa de 1987,el votante clase 1937 tuvo oportunidad de demostrarlo, al repudiar públicamente, junto con sus conciudadanos, la intentona golpista pascual. Mi abuelo paterno (fallecido en 2003 con 85 lúcidos años)votó hasta pocas semanas antes de su repentino deceso y se le iluminaron los ojos cuando, en 1987, le mostré mi primer DNI de votante. Seguramente quería que su nieto sufragara más regularmente que mi padre y mi abuelo, por muchos defectos que pudiesen imputársele a la clase dirigente.
En su libro El presidente que no fue. Los archivos secretos del peronismo (Buenos Aires, Planeta, 1997, p.395), Miguel Bonasso refiere cómo, en las elecciones del 11 de marzo de 1973, sufragó, en Rosario, 'un anciano de 107 años, que no quería perderse "ese gran día"'. El centenario elector (clase 1867) había, seguramente, alcanzado la edad de votar durante el abominable "Unicato" del presidente Juárez Celman, en una época de voto optativo, de comicios fraudulentos,sin sufragio femenino, sin inmigrantes no naturalizados autorizados a votar (como sucede en la Argentina actual, donde bueno sería que su voto optativo se transformase en obligatorio, para así equiparar sus derechos y deberes cívicos con los de los argentinos nativos y por opción). El votante clase 1867 recién tendría oportunidad de participar en comicios limpios al promulgarse la ley Sáenz Peña, en 1912, pero los golpistas de 1930 le negarían ese importante beneficio al silenciar al radicalismo y reintroducir el fraude electoral. Recién en 1946, frisando ya la sesentena, el votante clase 1867 pudo volver a votar en comicios limpios, aunque aún opacados por la ausencia de electores femeninos (definitivamente superada en 1951) y de votantes no argentinos (falencia recién empezada a subsanar en el decenio de 1990). Su performance electoral también se vería malograda por los golpes de Estado de 1930, 1943, 1955, 1962 y 1966 (posiblemente avalados, implícita o explícitamente, por el votante clase 1867), la proscripción del peronismo y el cisma radical. No es de extrañar que el votante centenario desease votar una vez más. Tal vez esa fuese su última elección.
Abuelos del 2007: mientras no se lo impida su salud psicofísica, voten, participen, opinen, no repudien la política, empuñen sus bastones, trípodes y andadores para concurrir a sus centros de votación, acompañados de sus hijos, nueras, yernos o nietos. Si alguna falta cometieron durante su pasada trayectoria cívica, aún están a tiempo de lavar la mancha que enlode su legajo de ciudadanos.

0 Comments:

Post a Comment

<< Home