¿Voto electrónico? ¡Imprescindible!
En las elecciones legislativas del 23 de octubre de 2005, participé en una experiencia piloto de voto electrónico. Tras votar "a la antigua", pasé a un cuarto oscuro ad hoc, equipado con una moderna computadora, que me ayudó a emitir un sufragio sin validez legal.
Hay quienes objetan el voto electrónico podría generar el fraude electoral del siglo XXI. Esa gente parecería ignorar que ello no tiene por qué ocurrir, que el electorado brasileño (mucho más numeroso que el argentino) ha elegido (y reelegido) a su actual presidente por voto electrónico (sin que nadie tildase de fraudulenta la elección o reelección de Lula)y, ante todo, la ineludible omnipresencia de la informática del mundo actual, donde, desde una simple computadora, puede circunvalarse la Tierra y resolver múltiples cuestiones, desde un cómodo asiento.
El votante argentino debe superar tales prejuicios, salvo que quiera que sus descendientes lleguen al año 2050 votando con los mismos implementos que sus bisabuelos. La Argentina de mi infancia, recelosa de la innovación, ha cedido progresivamente su espacio, desde la restauración democrática de 1983, a una nación mucho más abierta al cambio. Si hemos podido aceptar tantas innovaciones, bien podemos aceptar el voto electrónico, alentado por el candidato presidencial Roberto Lavagna en su reciente libro La Argentina que merecemos (Buenos Aires, Ediciones B,2007, pp.46, 237).
En 1821 la Argentina adoptó una ley de sufragio universal, optativo y masculino, mientras que en la Europa de esa época aún se promovía el voto censitario. En 1912, la ley Sáenz Peña estableció la obligatoriedad y carácter secreto del voto masculino. En 1947 la mujer argentina fue incorporada a los procesos electorales de su patria. En 1993 se dio el primer paso hacia la incorporación opcional del inmigrante no naturalizado a dichos procesos. Establecer la obligatoriedad de este último y generalizar el voto electrónico constituyen los dos próximos pasos en nuestra trayectoria cívica.
Hay quienes objetan el voto electrónico podría generar el fraude electoral del siglo XXI. Esa gente parecería ignorar que ello no tiene por qué ocurrir, que el electorado brasileño (mucho más numeroso que el argentino) ha elegido (y reelegido) a su actual presidente por voto electrónico (sin que nadie tildase de fraudulenta la elección o reelección de Lula)y, ante todo, la ineludible omnipresencia de la informática del mundo actual, donde, desde una simple computadora, puede circunvalarse la Tierra y resolver múltiples cuestiones, desde un cómodo asiento.
El votante argentino debe superar tales prejuicios, salvo que quiera que sus descendientes lleguen al año 2050 votando con los mismos implementos que sus bisabuelos. La Argentina de mi infancia, recelosa de la innovación, ha cedido progresivamente su espacio, desde la restauración democrática de 1983, a una nación mucho más abierta al cambio. Si hemos podido aceptar tantas innovaciones, bien podemos aceptar el voto electrónico, alentado por el candidato presidencial Roberto Lavagna en su reciente libro La Argentina que merecemos (Buenos Aires, Ediciones B,2007, pp.46, 237).
En 1821 la Argentina adoptó una ley de sufragio universal, optativo y masculino, mientras que en la Europa de esa época aún se promovía el voto censitario. En 1912, la ley Sáenz Peña estableció la obligatoriedad y carácter secreto del voto masculino. En 1947 la mujer argentina fue incorporada a los procesos electorales de su patria. En 1993 se dio el primer paso hacia la incorporación opcional del inmigrante no naturalizado a dichos procesos. Establecer la obligatoriedad de este último y generalizar el voto electrónico constituyen los dos próximos pasos en nuestra trayectoria cívica.
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