Universitarios, a las urnas
En 2006 el Consejo Directivo de la Universidad de Buenos Aires (UBA) debió atrincherarse en el recinto de la Cámara de Diputados de la Nación para elegir a su nuevo rector, tras varios intentos fallidos de designarlo en una de sus sedes, como se estila en esa prestigiosa casa de altos estudios, mientras afuera se producía un violento choque entre representantes de las agrupaciones izquierdistas de la UBA y las fuerzas del orden. Parecía increíble que debiese llegarse a tales extremos para nominar al máximo dirigente de la universidad que formase a cuatro de los cinco premios Nobel argentinos y controla tres de las más prestigiosas escuelas medias de nuestro país. Sin embargo, así era.
En este mayo de 2007, esa situación se está reiterando en otra universidad igualmente prestigiosa, la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), cuyos directivos han debido alejarse 280 kilómetros de la capital bonaerense (donde debe teóricamente designarse a las autoridades de la UNLP) para designar a su rector, quien de hecho ya está designado, pues, a diferencia de lo sucedido el año pasado en la UBA, donde hubo varios aspirantes al rectorado, sólo hay un candidato al máximo cargo directivo de la universidad platense.
Hace un año, envié por e-mail un breve escrito de mi autoría, titulado UBA, elige y redactado en medio de la pugna desatada en torno a la elección del nuevo rector de la UBA. Lo escribí desde mi propia experiencia personal: en 1997 me matriculé en el profesorado de Historia de un terciario del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (GCABA), del cual aspiro a egresar en diciembre del año en curso. Poco después de mi ingreso en dicha institución, las autoridades del establecimiento difundieron el texto de una resolución normalizadora de la Secretaría de Educación del GCABA (recientemente elevada al rango ministerial). La normativa establecía que, en lo sucesivo, la Secretaría ya no designaría a las autoridades de los terciarios comunales porteños, las cuales serían, en lo sucesivo, elegidas por el voto universal, obligatorio, directo y secreto de todo integrante de la comunidad de cada establecimiento, previéndose sendas sanciones para quien no acatase la disposición. Poco después, asumían el primer rector y vicerrector electivos de la institución. Desde entonces, mis sucesivos votos han ungido a las autoridades y consejeros estudiantiles de mi establecimiento. Mi prolongada estadía en la institución y la notable frecuencia de las elecciones han motivado que mi libreta estudiantil ya casi no ostente espacios disponibles para constancias electorales, como me sucedió con mi primer DNI de votante, emitido en 1987, que en 1996 debí reemplazar.
Es lisa y llanamente vergonzoso que las autoridades de la UBA y UNLP (cuyas comunidades integran, en teoría, individuos intelectualmente sobrecalificados para el voto directo) aún sean elegidas por consejos notabiliares dignos de los colegios electorales de fines del siglo XIX. Las bochornosas elecciones para rector de esas prestigiosas universidades bien pueden ser reemplazadas por comicios dignos con participación de todo integrante de su comunidad. ¿No es bien ridículo que este último pueda elegir a su presidente, intendente, jefe de Gobierno o gobernador, y que no pueda elegir a su rector o decano, siendo que roza casi diariamente la puerta de su despacho? ¿No es bien ridículo que ambos establecimientos preconicen un voto minoritario en un país dotado de leyes de voto universal desde hace casi dos siglos? ¿Tanto cuesta animarse a dar el paso necesario? Vamos, señores, ya lo dijo el general San Martín: "para los hombres de coraje se han hecho las empresas".
En este mayo de 2007, esa situación se está reiterando en otra universidad igualmente prestigiosa, la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), cuyos directivos han debido alejarse 280 kilómetros de la capital bonaerense (donde debe teóricamente designarse a las autoridades de la UNLP) para designar a su rector, quien de hecho ya está designado, pues, a diferencia de lo sucedido el año pasado en la UBA, donde hubo varios aspirantes al rectorado, sólo hay un candidato al máximo cargo directivo de la universidad platense.
Hace un año, envié por e-mail un breve escrito de mi autoría, titulado UBA, elige y redactado en medio de la pugna desatada en torno a la elección del nuevo rector de la UBA. Lo escribí desde mi propia experiencia personal: en 1997 me matriculé en el profesorado de Historia de un terciario del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (GCABA), del cual aspiro a egresar en diciembre del año en curso. Poco después de mi ingreso en dicha institución, las autoridades del establecimiento difundieron el texto de una resolución normalizadora de la Secretaría de Educación del GCABA (recientemente elevada al rango ministerial). La normativa establecía que, en lo sucesivo, la Secretaría ya no designaría a las autoridades de los terciarios comunales porteños, las cuales serían, en lo sucesivo, elegidas por el voto universal, obligatorio, directo y secreto de todo integrante de la comunidad de cada establecimiento, previéndose sendas sanciones para quien no acatase la disposición. Poco después, asumían el primer rector y vicerrector electivos de la institución. Desde entonces, mis sucesivos votos han ungido a las autoridades y consejeros estudiantiles de mi establecimiento. Mi prolongada estadía en la institución y la notable frecuencia de las elecciones han motivado que mi libreta estudiantil ya casi no ostente espacios disponibles para constancias electorales, como me sucedió con mi primer DNI de votante, emitido en 1987, que en 1996 debí reemplazar.
Es lisa y llanamente vergonzoso que las autoridades de la UBA y UNLP (cuyas comunidades integran, en teoría, individuos intelectualmente sobrecalificados para el voto directo) aún sean elegidas por consejos notabiliares dignos de los colegios electorales de fines del siglo XIX. Las bochornosas elecciones para rector de esas prestigiosas universidades bien pueden ser reemplazadas por comicios dignos con participación de todo integrante de su comunidad. ¿No es bien ridículo que este último pueda elegir a su presidente, intendente, jefe de Gobierno o gobernador, y que no pueda elegir a su rector o decano, siendo que roza casi diariamente la puerta de su despacho? ¿No es bien ridículo que ambos establecimientos preconicen un voto minoritario en un país dotado de leyes de voto universal desde hace casi dos siglos? ¿Tanto cuesta animarse a dar el paso necesario? Vamos, señores, ya lo dijo el general San Martín: "para los hombres de coraje se han hecho las empresas".
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