Discapacitados, a las urnas
En su edición del día de la fecha (11 de mayo de 2007), Clarín publica un artículo titulado Los discapacitados piden garantías para poder votar, informando sobre una presentación judicial elevada por la ONG "Acceso Ya", que denuncia la inaccesibilidad soportada por el discapacitado motriz en el 95% de las escuelas privadas y 75% de las escuelas públicas de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Esa situación se ve agravada por la cercanía cronológica de la primera vuelta de las próximas elecciones porteñas, en las cuales la falta de accesos apropiados (rampas, ascensores, elevadores)puede dificultar el acceso del discapacitado motor a las urnas.
La vida del discapacitado (motriz, visual, mental, auditivo) no es fácil. Si la vida del "normal" es considerablemente compleja, mucho más debe serlo, por lógica, la vida de quien padece alguna discapacidad seria, sometido a las limitaciones propias de su condición y la frecuente incomprensión de la sociedad. Empero, toda vida puede tener su costado llevadero, sobre todo si sabemos perseverar.
En 1992, una prima de mi madre, licenciada en psicología por la UBA, me invitó a un evento sobre discapacidad, organizado en el Centro Cultural General San Martín bajo el llamativo título de Todos algo no podemos. De esa experiencia concluí que todos tenemos alguna discapacidad y, por ende, todos somos discapacitados. Los "normales" seríamos más comprensivos con los discapacitados si fuésemos conscientes de nuestras propias discapacidades.
En este importantísimo año electoral, todos los electores debemos depositar en las urnas nuestra opción para nuestro futuro. Según el artículo de Clarín, sólo la Capital Federal alberga alrededor de 190 mil discapacitados, equivalentes a un 7% de la población total de la Reina del Plata. Descontemos de esa cifra a los discapacitados menores de 18 años o mayores de 70, o con discapacidades demasiado graves como para poder votar. Asumamos que resten unos cien mil discapacitados en condiciones de sufragar. Es una cifra demasiado relevante como para no asegurar su plena inserción en los actos comiciales.
Amigo discapacitado: impóngase, llegue ante la urna, empuje su silla de ruedas, exija rampas portátiles a falta de algo mejor, empuñe su bastón blanco y entre al cuarto oscuro con un familiar vidente, cambie las pilas de su audífono para poder entenderse con su presidente de mesa. Si el 24 de febrero de 1946 el peón pudo saltar la tranquera de su estancia (clausurada por un latifundista horrorizado ante la perspectiva del triunfo de Perón)e ir a votar por el "Primer Trabajador", bien puede Ud.decir (parafraseando a la extinta UCD del finado Alsogaray)"Mi voto vale". Vale como el de cualquier hijo de vecino. No claudique ante la incomprensión de los "normales".
La vida del discapacitado (motriz, visual, mental, auditivo) no es fácil. Si la vida del "normal" es considerablemente compleja, mucho más debe serlo, por lógica, la vida de quien padece alguna discapacidad seria, sometido a las limitaciones propias de su condición y la frecuente incomprensión de la sociedad. Empero, toda vida puede tener su costado llevadero, sobre todo si sabemos perseverar.
En 1992, una prima de mi madre, licenciada en psicología por la UBA, me invitó a un evento sobre discapacidad, organizado en el Centro Cultural General San Martín bajo el llamativo título de Todos algo no podemos. De esa experiencia concluí que todos tenemos alguna discapacidad y, por ende, todos somos discapacitados. Los "normales" seríamos más comprensivos con los discapacitados si fuésemos conscientes de nuestras propias discapacidades.
En este importantísimo año electoral, todos los electores debemos depositar en las urnas nuestra opción para nuestro futuro. Según el artículo de Clarín, sólo la Capital Federal alberga alrededor de 190 mil discapacitados, equivalentes a un 7% de la población total de la Reina del Plata. Descontemos de esa cifra a los discapacitados menores de 18 años o mayores de 70, o con discapacidades demasiado graves como para poder votar. Asumamos que resten unos cien mil discapacitados en condiciones de sufragar. Es una cifra demasiado relevante como para no asegurar su plena inserción en los actos comiciales.
Amigo discapacitado: impóngase, llegue ante la urna, empuje su silla de ruedas, exija rampas portátiles a falta de algo mejor, empuñe su bastón blanco y entre al cuarto oscuro con un familiar vidente, cambie las pilas de su audífono para poder entenderse con su presidente de mesa. Si el 24 de febrero de 1946 el peón pudo saltar la tranquera de su estancia (clausurada por un latifundista horrorizado ante la perspectiva del triunfo de Perón)e ir a votar por el "Primer Trabajador", bien puede Ud.decir (parafraseando a la extinta UCD del finado Alsogaray)"Mi voto vale". Vale como el de cualquier hijo de vecino. No claudique ante la incomprensión de los "normales".
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