Sunday, May 13, 2007

El Gran Elector

En la Argentina, más de un presidente (o ex presidente)ha condicionado el resultado de una elección, oficiando de Gran Elector y reduciendo las funciones del votante a refrendar o rechazar su propuesta. Nuestro primer Gran Elector, Julio Argentino Roca, logró ser sucedido por su concuñado Miguel Ángel Juárez Celman en 1886 y Manuel Quintana en 1904. En 1892, Roca logró imponer en la presidencia a Luis Sáenz Peña. Al astuto y calculador Roca no le resultaba difícil imponer su voluntad en una Argentina sin voto obligatorio, femenino o inmigrante (y, por consiguiente, con un electorado exiguo y controlable)y donde resultaba relativamente sencillo comprar conciencias y perpetrar el fraude electoral. En 1912, la ley Sáenz Peña impuso el sufragio masculino obligatorio y secreto. En 1916, la reforma electoral permitió la limpia y concurrida primera elección presidencial de Hipólito Yrigoyen, quien, pese a su supuesta aversión por el modus operandi de la oligarquía (del "Régimen", como gustaba decir el líder radical), adoptó un componente del mismo al actuar como el Gran Elector que impuso (en comicios honestos) a Marcelo Torcuato de Alvear como su sucesor presidencial.
En 1930, el derrocamiento de Yrigoyen reintrodujo el fraude electoral. Valiéndose del mismo, el presidente Agustín P.Justo, Gran Elector de la Década Infame, logró imponer en la presidencia a Roberto Ortiz, vencedor en los comicios presidenciales de 1937. Pese a su origen fraudulento, el nuevo mandatario se proponía erradicar el fraude, propósito malogrado por su mala salud, que le obligó a delegar la primera magistratura en su vicepresidente Ramón Castillo, quien, a diferencia de su predecesor, aprobaba el fraude electoral, mediante el cual pretendía imponer a su protegé Robustiano Patrón Costas como vencedor en los comicios presidenciales de 1943. Se lo impidió su derrocamiento, consumado el 4 de junio de dicho año, que lo convirtió en un Gran Elector frustrado.
En los comicios presidenciales del 24 de febrero de 1946, Juan Domingo Perón se impuso como vencedor en las elecciones más limpias celebradas en la Argentina desde la segunda elección presidencial de Yrigoyen en 1928. La reforma constitucional de 1949 permitió que el presidente Perón fuese limpiamente reelecto en los comicios presidenciales del 11 de noviembre de 1951, cuya honestidad se vio reforzada con la creación del electorado femenino. Si bien padecieron algunas restricciones impuestas en su contra por el gobierno peronista, los candidatos opositores pudieron presentarse en dichos comicios.
En septiembre de 1955, Perón fue depuesto por sus camaradas de armas y obligado a emprender un largo exilio. El nuevo gobierno proscribió al peronismo. La situación política de la Argentina posperonista se vio agravada por las desinteligencias entre balbinistas y frondicistas, responsables del cisma radical de 1956. El destierro, el silenciamiento de su partido y la división del radicalismo obligaron a Perón a pergeñar a distancia una estrategia para la supervivencia del peronismo. En 1958, desde su exilio caraqueño, el ex mandatario ofició de Gran Elector, ordenando que sus seguidores votasen por Arturo Frondizi en los comicios presidenciales de 1958, con la consiguiente elevación del candidato desarrollista al Sillón de Rivadavia. En 1962, Frondizi fue derrocado por un golpe militar, siendo desplazado por el presidente provisional del Senado, José María Guido, quien ocupó interinamente la primera magistratura federal en calidad de presidente-títere de las Fuerzas Armadas. El elemento castrense obligó al nuevo mandatario a anular las elecciones provinciales ganadas por el peronismo en vísperas del derrocamiento de Frondizi y a vetar la participación del peronismo en los comicios presidenciales de 1963, en los cuales los peronistas emitieron (por indicación de su máximo líder y en señal de protesta)un millón de votos en blanco, con la consiguiente consagración del candidato presidencial balbinista Arturo Illia por un magro porcentual de votos. Perón (ahora radicado en Madrid) volvía así a oficiar como un Gran Elector en el exilio, al condicionar nuevamente el resultado de una elección celebrada en su patria. Algo similar haría en 1973, al ordenar, poco antes de su regreso definitivo a la Argentina, que sus seguidores votasen por Héctor Cámpora en los primeros comicios presidenciales de dicho año. Los derrocamientos de Illia y la viuda de Perón asignaron la función de Gran Elector a la Junta Militar, integrada por los comandantes en jefe de las Fuerzas Armadas y encargada de designar al presidente de facto, dando lugar a intrigas palaciegas, que motivaron los desplazamientos de Juan Carlos Onganía, Roberto Levingston y Roberto Viola por Roberto Levingston, Alejandro Agustín Lanusse y Leopoldo Fortunato Galtieri.
¿Es Kirchner el nuevo Gran Elector? No pocos indicios parecería haber de ello. Todo parece indicar que, de renunciar a su reelección, Kirchner apadrinará la candidatura presidencial de su señora esposa, la senadora nacional Cristina Fernández de Kirchner, y del gobernador mendocino Julio Cobos a la vicepresidencia de la Nación. O que, salvo que la misma renuncie a su postulación, el actual presidente patrocinará a su hermana y ministra, Alicia Kirchner, como candidata a la gobernación de Santa Cruz. Kirchner apoya explícitamente las candidaturas de su ministro Daniel Filmus y su vicepresidente Daniel Scioli a la jefatura de gobierno porteña y la gobernación bonaerense. El nombre del presidente aparece mencionado en la propaganda electoral de tres aspirantes a la intendencia municipal de La Plata (Alak, Bruera y Castagneto). El 11 de marzo de 2007, el electorado catamarqueño reeligió a su gobernador Eduardo Brizuela del Moral, protegé de Kirchner, cuyo partido también aspira (con amplias chances) a retener las gobernaciones rionegrina y chubutense. Kirchner apoya explícitamente la candidatura de Héctor Campana a la intendencia municipal de la capital cordobesa. Todo ello con el aval (explícito o implícito) del primer mandatario.
¿Es Kirchner el nuevo Gran Elector? De ser así, ya sería tiempo de suprimir definitivamente esa figura anacrónica de la política argentina. Su existencia es una burla a las instituciones y a la inteligencia del actual argentino promedio, que ya no necesita del paternalismo autoritario de los gobernantes de épocas pretéritas. El argentino de hoy se ha puesto los pantalones largos. Bueno sería que sus dirigentes también lo hiciesen.

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